Los vascos según la National Geographic Magazine
El 10 de enero de 1888 tenía lugar la reunión fundacional de la National Geographic Society. Fue elegido presidente el abogado Gardiner Greene Hubbard que contribuyó a financiar los experimentos relacionados con el teléfono de Alexander Graham Bell. En el grupo de fundadores geólogos como John Wesley Powell, exploradores como Adolfus Washington Greely. También ese mismo año, el 1 de octubre, aparecía el primer número de la famosa revista.
Se viven los años de grandes aventuras: la travesía del polo, el nacimiento de la aeronáutica, la búsqueda de pueblos y civilizaciones perdidos y todo ello tendrá eco en la publicación. Como soporte, además de historias bien cuidadas, excelentes ilustraciones, sobre todo fotografías. Se puede seguir la historia de este arte a través de la National Geographic Magazine.
Los vascos, como tema, no aparecerán en la revista hasta bien entrado este siglo. A partir de 1922, con The Land of the Basques, se inicia una serie de magníficos trabajos, bien sobre el país, bien sobre los pastores del Oeste americano, gracias esto último a la pluma del hijo de uno de ellos, Robert Laxalt. Este es un recorrido a través de setenta y cinco años de relación entre la National Geographic Magazine y los vascos, comparando paisajes o localizando a aquellos que había hecho de improvisados modelos.
En su número de enero de 1922, la National Geographic Magazine publicaba el primero de sus reportajes dedicado a los vascos, The land of the Basques. Su autor, Harry McBride había llegado a Euzkadi, en 1920, en el correo Barcelona-Bilbao. Su relato, ilustrado con 23 fotografías, aparece en la prestigiosa revista bajo el subtítulo: “Hogar de un pueblo frugal, pintoresco que se enorgullece de llamarse 'Los yankis de España’”.
McBride compara el País Vasco con regiones norteamericanas: «Las provincias vascas -montañosas, industriales y modernas- son la New England de España... Bilbao, con sus 100.000 almas, la ciudad más populosa y el segundo puerto de España... es el Pittsburgh industrial de la península». “‘El Puente Transbordador’ de la ría se asemeja al de Duluth, junto al Lago Superior”.
Los bilbaínos de McBride simpatizan con la causa americana: “En 1897, los astilleros de Bilbao construyeron un crucero que, meses más tarde seria destruido... en Santiago de Cuba. Pregunté a un aldeano vasco:
“-¿Qué pensasteis cuando el crucero zarpó del Nervión hacia Cuba para luchar contra norteamericanos?.
-Bueno, hombre -me respondió-, ya, preparábamos para atar el hatillo y marchar nuestra nueva colonia al norte de México... aventuró a decir,
-Supongo que los Yankees no son muy populares en estas partes...
- ¿Por qué no? Gran favor hicisteis a España al quitarle Cuba y las Filipinas -ruedas de molino en nuestros cuellos-”.
“ Tal es la opinión general... Sin colonias, la nación tiene más oportunidad de desarrollo”, comenta McBride.
A Mac Bride, Bilbao le llama poderosamente la atención: «El Nervión, cruzado por varios puentes ornamentados, divide a Bilbao en dos partes casi iguales... La parte vieja, de calles tan estrechas que el tráfico de ruedas sólo pasa por dos o tres. Y al otro lado, la nueva ciudad, con su ancha Gran Vía y otras muchas avenidas con árboles. El Arenal es el centro de la ciudad. Aquí, la gente pasea mientras la banda militar toca música de ocasión. El Arenal es también el centro de la vida de café, con sillas y mesas... El camarero, en mangas de camisa y con delantal blanco recibe siempre la misma orden: 'Café, muy negro. Un anís. Y los dominós'... Después de una hora o dos en el café, (el bilbaíno) se apresura hacia el teatro (el Arriaga es uno de los mejores teatros de España)... ésta es otra diversión en que las mujeres participan poco con excepción de 'los días de moda’... Compra una butaca para la sesión de las diez, que dura hasta pasada la media noche. Es casi al amanecer cuando la ciudad descansa...”.
La amanecida marca al viajero: “... dos incidentes ocurren cada mañana y que son únicos de Bilbao... Número uno. Los anguleros apagan sus lámparas. Son pescadores que desde media noche se han dedicado a una forma peculiar del arte de pesca. Cogen angulas... Esta delicadeza habita en el Nervión y se la recoge en las rocas del muelle, cuando las luces de los anguleros las atraen a sus redes... Número dos. Los gritos de las cargadoras del muelle, descalzas y malvestidas. Debo mencionar que Bilbao es el puerto más importante de España, después de Barcelona, y debe su prominencia al gran tráfico de hierro que se recoge de sus minas y de las cargas de que llegan de Newcastle con destino a tantas factorías vascas”.
Mac Bride da muestra de notable erudición: “A lo largo del Nervión, entre la ciudad y el mar, se hallan los depósitos de hierro más famosos del mundo. Ya se los conocía en la Edad Media. Escritores de la época isabelina, llamaron 'bilbo' al espadín, y el mismo Shakespeare, en 'Las Alegres Comadres de Windsor', hace decir a su Falstaff: 'Acompasado como buen bilbo...”.
Con el hierro de las minas bilbaínas, se hacía espadas en Inglaterra: “... se escuchan explosiones de dinamita. Estas son las minas. De muchas de ellas cuelgan, extendiéndose por millas a través de aire, cables paralelos. Por ellos, suben y bajan las cestas que descargan el mineral rojo en la ría. De las minas al desembarcadero en la ría”.
Luego, habla de Portugalete, con sus casas abalconadas y “encantadora iglesia gótica”. Las Arenas “moderna villa que se ha hecho centro veraniego popular. Aquí el Club Marítimo se alza sobre el puerto, donde los jóvenes bilbaínos van cada tarde a beber chocolate, bailar y jugar a ‘caballitos’”.
Pero, el baile que más atrae a Mac Bride es el aurresku: “es la gran danza vasca. Me ha fascinado esta baile que se parece un poco a la marzurka polaca... El aurresku es un conjunto de movimientos intrincados de pies, cuerpo y brazos, aún los dedos tienen su parte... Los danzantes parecen hablar con sus pies”.
Al norteamericano le llaman la atención los deportes, quizás exagerando un poco: “...jugadores de pelota desde que nacen. El gran juego vasco es la pelota, tan democrático y popular como lo es el juego nacional del ‘baseball’ en América”. Y junto a los pelotaris, los aizkolaris y barrenadores (hoy, deporte totalmente extinguido).
Aquel primer reportaje fue ilustrado nada menos que por Manuel Torcida, de la Casa Lux, de Bilbao. Por cierto que Torcida es el único fotógrafo vasco, aunque de origen asturiano, que ha ilustrado en The National Geographic un reportaje sobre Euskal Herria. Resulta, por otro lado, un ejercicio apasionante, ver como evolucionan paisajes y gentes: la Ría a su paso por la Peña, tipos vascos, llama la atención la corrida de toros en Dima, la iglesia de Begoña, el Puente Colgante, la rivera de Erandio con el monte Serantes al fondo, maceros de la Diputación, el palacio de Allende-Salazar en Gernika, hoy desaparecido, del que se conservan algunos restos, una esquina y el escudo de armas de los Allende-Salazar que se ha colocado en otro lugar, la cruz de Krutziaga, la playa de San Sebastián... Hay algo que sorprende en este primer reportaje: la introducción de fotos de Cantabria, los Picos de Europa y Asturias, de autores distintos, que no tenía un sentido especial aquí. Begoña Torcida es la nieta de nuestro fotógrafo.
The National Geographic Magazine elige para ilustrar el reportaje a quien podemos considerar como mejor fotógrafo vasco de su tiempo y quizá uno de los más relevantes de Europa, colaborador estrecho de los hermanos Lumiére.
En 1924, se publica un reportaje fotográfico de Robert Moore, titulado “A skyline drive in the Pyrenees”. Se trata de un recorrido de Este a Oeste a lo largo de la cordillera. Entre las fotografías, algunas muy notables de una kabalkada en Hosta. Moore pasa por Mauleon, Saint Jean-Pied-de Port. Luego, Luhossoa, Cambo-les-Bains y otros pueblos “de nombres extraños”. Hasta llegar a San Juan de Luz.
Van a pasar veinticinco años antes de que la National Geographic publique un nuevo reportaje sobre vascos. En esta ocasión se trata de una magnífica colección de fotos sobre la caza con red en las palomeras de Sara. La autora es una mujer, Irene Bourdett-Scougall, y lo titula Pigeon Netting-Sport of Basques (National Geographic - September 1949, Vol. 96, No. 3). En realidad era más conocida por su nombre de casada Scou Rose-Smith.
En 1954, la National Geographic publica el primer gran reportaje sobre los vascos. Cuarenta páginas con textos de John Nolan y fotografías de Justin Locke. Se habla de los vasco de ambas vertientes de los Pirineos. De la lengua, de los deportes, de las brujas, de la decoración, de los encierros de Pamplona, del trabajo,... Recuerdan como Lafayette salió del puerto de Pasajes rumbo a América... En ella reportaje, realizado en pleno franquismo, se nos indica que “los pasaportes” están estrictamente controlados.
La fotografías en color de Locke van recorriendo paisajes y tipos. Un grupo de muchachas danzan en Anzuola, dos viejos arrantzales sonríen ante la cámara en Motrico. Elanchove y las rederas llaman la atención al fotógrafo. Un carro de bueyes en la entrada de Salinas de Leniz. Otro carro en Zaldivia. El pequeño se llama Andrés y su padre, José Manuel. El padre ha muerto y el niño es un hombre entrado en años que sigue trabajando en el campo.
Y, cómo no, los dantzaris. Los de las fotografías, que ejecutan la godalet dantza, pertenecen al Grupo Oldarra de Biarritz. De nuevo a la costa. Ondarroa. Las regatas de traineras de la Concha y el magnífico esfuerzo de los remeros. Las dos caras de la moneda: el triunfo de Orio y la derrota de Zarauz en medio del agotamiento de ambas tripulaciones, Las magníficas casas del siglo XVII de Senpere y los caseríos labortanos, fabricantes de cestas para jugar a pelota o las fiestas de Zarauz completan el trabajo.
En las tres décadas siguientes será Robert Laxalt, el gran escritor vasco-americano, autor del celebrado Sweet Promised Land, sobre la vida de su padre, el zuberotarra Dominika Laxalt, el responsable de la mayor parte de los textos. El primero está firmado en 1966 y lo titula Centinelas solitarios del Oeste americano. Es, sin duda, uno de los mejores reportajes que jamás se hayan escrito sobre los pastores vascos en Estados Unidos. Con Laxalt, además, la lengua vasca, el euskara, entra en The National Geographic.
El artículo de Laxalt comienza con una referencia a un recuerdo de su padre: Oroitzen naiz mendi horiek ardiez betetzialarik (Recuerdo el día en que esa montañas estaban llenas de ovejas): Dominika Laxalt se refería a la Sierra Nevada. El viejo pastor zuberotarra es parte esencial del artículo. La mayor parte de las fotos son obra de William Belknap.
Junto a un estudio de la presencia vasca en el Oeste de Estados Unidos, Robert Laxalt va contando historias. Algunas tristes, como la del viejo Joanes, que soñaba con el regreso y se arruinó dos veces. Una, debido a la quiebra de un banco; la otra, porque le robaron en San Francisco. O la de Peio, a quien la soledad de las montañas de Nevada le volvió loco. Dicen que no pudo soportar la nostalgia a pesar de que los vascos eran empleados para trabajar en soledad.
Cuando Laxalt escribe su reportaje seguían llegando pastores vascos a Estados Unidos. Uno de los reclutadores era otro vasco-americano de Nevada, Charles Iriart, que rodó las famosas películas. Y, cómo no, referencias a los hoteles vascos, o a las mujeres que seguían a los maridos o hermanos, trabajando como cocineras en los ranchos o como camareras en los hoteles y restaurantes vascos.
En el artículo, se hace referencia a lo que el escritor llama “exuberante festival vasco”. Se reproducen algunas fotografías del Festival Nacional Vasco de Elko. Treinta años más tarde, esta ciudad del norte de Nevada sigue siendo una de las sedes del festival que cada año reúne a cientos de vascos llegados de todos los rincones de la Unión.
En el número de agosto de 1968, Laxalt publica La tierra de los antiguos vascos. Se trata de una larga crónica de su viaje a la tierra de sus padres, ilustrada con fotografías de William Albert Allard. Para entonces, había pasado allí dos períodos de un año cada uno. El texto comienza describiendo un día de caza en la que Robert Laxalt acompaña a su primo Bertrand en la palomera de Lecumberry en la Baja Navarra. El escritor transcribe el texto de una vieja canción:
Urtzo churia, urtzu churia
Errani zaddak othoiegina
Nundat buruz houndonen.
Laxalt, que vivió con toda su familia en Saint-Jean-Pied-de-Port, se entusiasma con las aguas blancas del Laurhibar, con el verde intenso de Behorleguy, con el color rojo intenso de los tejados. Está en el límite con Soule, donde “nació mi padre”.
De las montañas baja a las costa: desde un Bilbao en pleno auge industrial hasta San Juan de Luz. Se entrevista gentes diversas: desde pastores, hasta banqueros como el barón de Güell.
Las fotografías de Allard van recorriendo tópicos: los viejos campesinos que siguen utilizando el asno, las palomeras y sus cazadores, las casas compactas del pueblo de Ezkurra, en torno a la iglesia y al frontón, la vendimie en Irouleguy, una boda en Saint Jean Pied-de-Port, una tormenta en Donostia, los jugadores de cesta punta, las pruebas de bueyes, las peleas de carneros, el cortejo del Corpus Christie en la Baja Navarra, los increíbles dantzaris de Zuberoa interpretando, de nuevo, la godalet dantza, una jota en San Sebastián, el antiguo puerto pesquero de San Juan de Luz, el mercado de Saint-Jean Pied-de-Port, los pastores conduciendo el ganado entre la niebla.
En diciembre de 1974, Robert Laxalt volvía a National Geographic con The Enduring Pyrenees. Se trata , como en el de 1924, de un recorrido de Este a Oeste por los Pirineos, desde el Mediterráneo al Golfo de Bizkaia. En la parte vasca, dedica una especial atención a Biarritz, lugar de veraneo de reyes y príncipes. A la Selva de Irati, tan cercana a su casa vasca de Garazi. A los pottokak, especie en vías de extinción a la que Paul Dutournier trataba de proteger. En Senpere conoce el escritor la historia de Pierre de Lancre, el sanguinario inquisidor, que persiguió a las brujas de Labourd. Enlaza luego los cultos precristianos y el paganismo en la capilla de La Magdalena, sobre Tardets. Y, cómo no, los contrabandistas y su código secreto. Uno de ellos le confesó que “para ser un buen contrabandista se necesitaban piernas fuertes y ligeras, ojos y oídos de gato y, desde luego, una conciencia elástica”. Los contrabandistas que conoció Laxalt se dedicaban al paso de ganado caballar. De allí, a celebrar los sanfermines a Pamplona.
En 1985, la National Geographic Magazine dedicaba la portada de su número de julio a los balleneros vascos. Artículos de James A.Tuck, Robert Grenier y Robert Laxat se completaban con una serie de fotografías de Bill Curtsinger y una serie de magníficas ilustraciones de Richard Schlecht. El motivo era el descubrimiento en Labrador de un ballenero vasco, el San Juan. La presencia vasca en aquellas latitudes se remonta a los albores del siglo XVI.
En noviembre de 1995 aparecía el último de los grandes reportajes. Con textos de Thomas J.Abercrombie y fotografías de Joanna B.Pineo, se titulaba “Los vascos: la primera familia de Europa”.La evolución del país y de sus gentes resulta evidente. También de las técnicas y estilos fotográficos: las boinas rojas del alarde de San Marcial, la playa de Donostia, uno de los temas recurrentes de los fotógrafos de la National Geographic, los pastores y, como contraste más llamativo, una peluquería juvenil en Bilbao.
A lo largo de 75 años, los fotógrafos de la National Geographic Society habían ido retratando los cambios de una sociedad que a pesar de todo ha logrado mantener costumbres y tradiciones.