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Proust, por supuesto



"Leer a Proust es como bañarse en el agua sucia

en la que se ha bañado alguna otra persona".

- Alexander Woollcott


El número 2 del “Inventario” de los 50 mejores libros del siglo XX, según los clientes de la FNAC y Le Monde, es para En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. ¡Nada menos! Un “monstruo” -a decir de Beigbeder- de 3000 páginas repartidas en siete volúmenes. A pesar de la obra constituye “una de las cimas de la literatura del siglo XX”, la empresa (de leer las 3000 páginas) se me antojaba imposible, so pena de que se me quedase una cara de filet mignon chamuscado. Pero estoy empeñado en seguir adelante en mi proceso de rejuvenecimiento. He leído con las dificultades previstas las 551 páginas del primer volumen: “Por el camino de Swann”. Me he enfrentado al texto con un cierto espíritu “proustiano” (no se si existe este término): “La creación del mundo no ocurrió al principio de los tiempos, ocurre todos los días”.


A pesar de la advertencia de Woollcott, leí de un tirón el primer capítulo, pero no me había enterado de nada. Recordé la advertencia de Beigbeder: “…a menudo, Proust escribe frases muy largas y a mucha gente le cuesta asimilarlas. No hay que sentirse culpable es un ritmo que hay que ir cogiendo”. No me sentía culpable, pero no podía pasar un texto sin enterarme de qué iba. Tenía que buscar una solución.


Yo había comenzado a leer desde muy niño. Me dí cuenta, además, que había compartido mis primeras lecturas, o al menos, las primeras editoriales con Nuria Amat. Ella se había iniciado en este mundo con los libros de Molino, Bruguera, Juventud y, más tarde, Plaza & Janés. Yo también. De Molino eran los libros de Guillermo, la saga de Richmal Cropton. Los primeros que leí eran de mi madre. Luego, los fui adquiriendo yo, casi siempre en la librería La Esperanza de Avilés donde ya compraba mi abuelo. La fórmula de compra era sencilla: "ya pasará mi madre a pagar" (mi padre estaba en la mar). Luego, los de Bruguera. De ésta, la Colección Historias, mi (entonces) adorado Emilio Salgari y, sí, Marcial Lafuente Estefanía y sus novelitas del Oeste. Resultó, por cierto, hijo de un especialista en El Quijote y él mismo amante del teatro clásico que se había graduado como ingeniero industrial y ejerció su profesión en África y América. Durante la guerra civil llegó a ser general de artillería del Ejército republicano y sufrió cárcel por ello. Precisamente en la mili (en la mía) leí a Sven Hassel y a Jean Larteguy en las ediciones de Plaza & Janés. La misma editorial en la que leí Groucho y yo.


Con aquellos abigarrados antecedentes, ¿cómo no iba a ser capaz de leer a Proust? Es cierto que, en su día, el mismísimo André Gide, a la sazón editor de La Nouvelle Revue Français, rechazó el texto para su publicación por la editorial Gallimard. Se dice que Guide no leyó el manuscrito(o apenas lo hizo) porque consideraba a Proust un pijo y su libro una sucesión de cotilleos tipo revista “Hola”. Así que este último tuvo que autofinanciarse la publicación de este primer volumen (Du còté de chez Swann) que apareció en Grasset. Pero ocurrió que, en 1919, le fue concedido el Premio Goncourt por A la sombra de las muchachas en flor, y se organizó un escándalo cuyos ecos se han prolongado una centuria. No es broma. Acaba de publicarse un ensayo/brillante reportaje periodístico (según quien lo haya leído) de Thierry Laget titulado Proust, premio Goncourt (Ediciones del Subsuelo, Barcelona, 2019). El libro de Grasset es otra de esas joyas que la amazona trae en su brioso corcel (póngase furgoneta) de un día para otro. Es cierto que, como dice Nuria Amat, “la compra de libros por correspondencia recuerda la infeliz comodidad de quienes buscan esposo o esposa a través de una agencia matrimonial”. Aunque, eso sí, Nuria reconoce que ya no quedan librerías bien surtidas, y yo, además, voy a tiro fijo (por lo del inventario).




Ya estoy con la segunda lectura. La frase inicial no dice demasiado: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”. Parece que, ahora sí, entiendo lo que leo, mientras trato de llegar al meollo de la obra de Proust que, según Beigbeder, no es otro que el tiempo reencontrado. Quizá. Yo estoy empeñado en volver a los 15 años y maitre Swann me lo está complicando.


“Hay que ver cuántas cosas puede llegar a contener el tiempo reencontrado -dice Beigbeder-: la nostalgia de la infancia, cuando uno come una magdalena; la muerte, cuando uno vuelve a encontrarse con señoritos que han envejecido; la usura de la pasión amorosa, o como transformar el dolor en aburrimiento; la memoria involuntaria, auténtica máquina de explorar el tiempo, que puede vencerse mediante la escritura o escuchando una sonata”. Por ejemplo, en Trino del Diablo de Tartini.


En el famoso Curso de Nabokov, a quien Francisco Umbral consideraba el más cercano discípulo de Proust, resalta que Por el camino de Swann puede considerarse como la búsqueda de un tesoro: "el tesoro del tiempo, oculto en el pasado; este es el significado íntimo de En busca del tiempo perdido. La transmutación de la sensación en el sentimiento, el flujo y el reflujo de la memoria, las oleadas de emociones tales como el deseo o los celos, y a la euforia artística...todo esto constituye el material de esta obra enorme aunque excepcionalmente clara y transparente".


Así acaba Por el camino de Swann:


“Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a este mundo del espacio donde los situamos para mayor facilidad. Y no parecen más que una delgada capa, entre otras muchas, de las impresiones que formaban nuestra vida entonces; el recordar una determinada imagen no es echar de manos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años”.



Finalizada la lectura, he cometido el error de leer lo que algunos críticos ven (o dicen ver) en la obra de Proust, así que, cuando acabe el Inventario, volveré a leerlo para que no se me escape nada, no vaya a ser que...


Ite Missa est.


Referencias bibliográficas


Marcel Proust, En busca del tiempo perdido 1. Por el camino de Swann, Madrid (2018): Alianza Editorial. 551 pp.


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