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Vian, cuando el ratón se comió el gato



Comienzo el año 2020 con un viejo amigo. Mesdames et monsieurs: ¡Boris Vian! Treinta años atrás había leído su La Merienda de los Generales, una genial obra de teatro cuyo protagonista es el general James Audobun Wilson de la Pétardière-Frenouillou (¡Ahí queda eso!). El general Audobon participó en una reunión (una merienda) con otros militares, un político, un obispo y algunos personajes más en los que se decide ir a la guerra. Cada uno se había ido a su casa, pero nuestro hombre se dio cuenta que se habían tenido en cuenta todos los pormenores, pero se habían olvidado de los más importante: guerra sí, pero, ¿contra quién? El general James Audobun Wilson de la Pétardière-Frenouillou sentenció que debían ser los políticos los que declarasen la guerra. Ellos, los militares solo hacían las guerras. No las declaraban. Quizá por ello en el epílogo a la edición española, René Palacios More, recuerda que Vian es, sobre muchas cosas, "un humorista educado el más perfecto desprecio de la trinidad social; Ejército, Iglesia, Dinero".


Por alguna razón, los lectores de Le Monde y los clientes de la FNAC prefirieron una novela de Vian, La espuma de los días, que es una historia de amor. El propio autor la resume así: "Un hombre ama a una mujer, ella enferma, ella se muere". ¿Sólo eso? Beigbeder enmienda al autor: es imposible resumirla:"...es una novela demasiado frágil, demasiado cristalina, demasiado mágica para ser resumida por un tipo sentado en una butaca delante de su iMac".

Aunque el tema podría recordar la versión cinematográfica de aquel angustioso Love Story, de Erich Segal. Durante la película nos enamoramos locamente de su protagonista, Ali McGraw. Salimos del cine viudos y desolados. ¡No había justicia en el mundo! Pero, lo de Vian es otra cosa. No perdamos de vista su condición de humorista.


Julio Cortazar, uno de sus más rendidos admiradores recuerda que "durante tiempo nadie le tomó en serio; es lo que pasa con los humoristas: la gente tiende a no tomárselos en serio hasta que un día descubre que en el fondo ciertos humoristas estaban hablando mucho más en serio que muchos escritores autocalificados de serios".

Vian y su trompeta


Cuando leo, trata de ponerle una banda sonora al tema o al autor. En el caso de Boris Vian, la elección no presentaba problemas especiales. Él mismo era un aceptable trompetista de jazz, aficionado al dixieland y amigo-admirador de Duke Ellington, de Miles Davies o de Louis Armstrong (este último, además, se alojaba en casa del escritor cuando estaba en París). Hay algunas canciones con letras de Vian como, entyre otras, La java des bombes atomiques, Je suis snob o, sobre todo, Le deserteur. Pero, cuando uno de los momentos álgidos de la novela tiene que ver con un guateque, uno de aquellos guateques de mi adolescencia...


La inspiración de los guateques de la época (de la mía) venía de la dulce Francia. Eras las canciones de Salvatore Adamo, de France Gall, de Herve Vilard, de Silvie Vartan y, sobre todos, de Françoise Hardi: "La maison où j'ai grandi"-la versión de Celentano es gloriosa- o "Je changerais d'avis" (con música ambas de Enio Morricone) y, sobre todas, "Tous les garçons et les filles de mon age":


Tous les garçons et les filles de mon âge Se promènent dans la rue deux par deux Tous les garçons et les filles de mon âge Savent bien ce que c'est d'être heureux


Françoise Hardy, según Guy Pellaert (1966)


François Hardi, musa de poetas (Jacques Prevert o Bob Dylan), de compositores (Stan Cuesta o Patrick Loiseau),... Guy Peellaert se inspiró Françoise Hardy para crear una heroína del cómic Psychédélique, en 1968.


Las referencias a Sartre en la novela denotan cierta tensión (aunque se confiese coleccionistas de sus libros). En libro aparece como Jean Sol Partre, autor de libros como Lo Putrefacto, La paradoja sobre lo repugnante o La elección posible antes de la arcada. ¿Referencias a La náusea? Vian se mofa una y otra vez de Sartre. La tensión tienen que ver con su matrimonio.


En 1941 (a los 21) se casó con Michelle L’Eglise-Vian, con quien tuvo dos hijos, Patrick y Carole y, en el 42, se recibió de ingeniero. En el 43 escribió sus primeras novelas y comenzó a colaborar con Les Temps Modernes, de Jean-Paul Sartre y Le Combat, de Albert Camus. Boris y Michelle se hicieron amigos de Sartre y Simone de Beauvoir y comenzaron a salir a tomar café o tragos por los bistrot de Saint-Germain-des Prés. Por entonces, la crítica consideraba a Vian como baluarte de la juventud existencialista, lo cual hizo que otra vez, (¡Oh, las etiquetas!) Vian quisiera salirse de ello, mofándose también de ese grupo de intelectuales. Es decir, en el fondo, de sí mismo.


Se sabe que Sartre y su mujer mantenían una relación abierta o lo que hoy llamaríamos “poliamor”, de manera que fue normal para ellos que, al poco tiempo, Jean-Paul se enredara en amores con Michelle. Pero no fueron “felices los cuatro” porque Vian no estaba al tanto ni participaba del plan. De manera que nuestro enfant terrible, para vengarse, publicó la historia de un hombre macilento que llevaba el mote de "la Garza", se dejaba absorber por el jazz y escribía disparates irracionales y lo firmó como Jean-Sol-Partre. El humor como escudo parece que funciona (Adriana Muscilo, "Homenajes, sesenta años despuésBoris Vian: el autor que se burló de todo y murió en el cine, viendo una película sobre su libro", en Clarin, Buenos Aires, 25-11-2019).


Hay algunos personajes de la novela maravillosos. Nicolás, el ayuda de cámara y cocinero de Colin, el protagonista, presidente del Círculo Filosófico del Servicio Doméstico del distrito, un un ratoncito de gris de bigotes oscuros, y bien alimentado (como todos los de la casa: "El cocinero les daba muy bien de comer, sin dejarles engordar demasiado"). El ratón se suicida (o algo así) al final del libro. En este momento, "llegaban, cantando, once niñas ciegas del orfelinato de Julio el Apostólico".


En la foto que abre el artículo, aparecen Sartre, Vian, Michelle y Simone de Beavoir. A ver cómo salgo de ésta.


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