Azorin, las bellas palabras
Lo primero que uno piensa cuando lee a Azorin es: "¡Qué barbaridad! ¿Cómo se puede escribir tan bien?" Lo de este hombre es pura sensibilidad. Ángel de Río asegura que es por eso, "lo que perdura en su obra es el lirismo y la delicadeza de su poder evocador, la poesía y la plasticidad de sus descripciones y paisajes, su estilo personalísimo, preciso en el detalle y poético en su efecto". Pero,...¿le falta sustancia? El idioma sirve para algo más que una simple descripción.
Cortázar dejó dicho que "a veces, un tango de Gardel me enseño más que un artículo de Azorín en el plano de aprendizaje de técnicas de idioma". Del Río, por su parte, subraya que "la obra de Azorín es relativamente pobre en substancia, pero de extraordinaria y concentrada pureza y sensibilidad".
Esta vez he leído Pueblo que apareció por primera vez en 1930 y volvió a reeditarse a partir de 1949. Pueblo se presentó como la "novela de los que trabajan y sufren": novela de las cosas y lugares que compartía la vida del verdadero, del anónimo "pueblo", pero parece que la cosa no está tan clara, Según Mario Vargas Llosa, "algunos títulos de sus novelas se prestan a malentendidos":
"Ocurre con una de las mejores que escribió, pero casi nadie pudo saberlo porque Azorín se encargó de desorientar de entrada a su público potencial, titulándola Pueblo (1930). Y, como si no fuera bastante, la subtituló Novela de los que trabajan y sufren, con lo que probablemente la inmunizó contra toda clase de lectores, presentes o futuros. Sin embargo, no se trata en modo alguno de lo que sugieren los tremebundos rótulos de su portada: un libro empedrado de buenas intenciones éticas y políticas sobre la condición obrera y de denuncia de las iniquidades sociales. Más bien, de lo contrario, de eso que define la etiqueta: literatura de evasión. La verdad es que en sus páginas no alienta la menor emoción social, sólo la emoción estética y que ellas despliegan un abanico de cuadros preciosistas, de objetos humildes -costureros, sillas, tazas, baúles, cayados, llaves, lámparas, tejidos, escaparates- exquisitamente realzados -casi humanizados- por la descripción. Muchos de estos cuadros son simples enumeraciones, sartas de frases en las que ha sido suprimido el verbo, lo que les da el semblante de poemas en prosa" (Mario Vargas Llosa, "Las discretas ficciones de Azorin", en El País, Madrid, 16-01-1996).
Lo he leído dos veces seguidas. La sensación es la misma en ambas ocasiones: un hermosísimo viaje, ¿a dónde?: "Un profundo ímpetu que desde la claridad levantina nos lleva al Norte. en el paisaje, una líneas horizontales; líneas negras. El silencio hondo, intenso; silencio que en las escala de los silencios es el más denso, el más sedante. Sentir la majestad de esta panorama norteño; en Guipúzcoa o en Vizcaya". Después de ésto, quizá habrá que hacerle caso a Julio Cortzar y "poner" un tango de Gardel. Sin duda el inmortal Esta noche me emborracho del eterno Enrique Santos Discépolo inunda el alma con palabras amontonadas: "Sola, fané y descangallada la vi esta madrugada salir del cabaret"...