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El Gran Fournier se fue pronto


"Llegó a nuestra casa un domingo de noviembre de...Aún digo 'nuestra casa', aunque ya no nos pertenece, Nos fuimos de la región hace quince años y seguramente no volveremos nuca más".


Aún no entiendo por qué no por qué leí El Gran Meaulnier en su día. Es un texto hipnotizante. Todo lo que cuenta te resulta familiar. Como se lo hubieses vivido en primera persona. Es la única novela de Alain-Fournier, seudónimo Henri Alban Fournier (1886-1914).

Como recuerda Beigbeder, el gran Meaulnier se llama Augustin. Desembarca en la vida del narrador, un joven atrapado en un pueblecito de Sologne, y se convierte en su compañero de clase. En el transcurso de una fuga, el gran Meaulnier se enamora de una joven etérea e inmaterial a la que ha conocido en una barca después de una boda fallida en un hermoso y borroso castillo. Dedicará su vida a buscarla y, cuando la encuentre, a perderla para poder buscarla de nuevo.


Estamos ante el relato de un tiempo de adolescencia en un pequeño pueblo de provincias. Los protagonistas sueñan con aventuras en lugares "remotos", aunque esté a pocos kilómetros de su casa. Uno de los traductores del libro, José María Valverde, considera la obra como "una extraña maravilla" en la que se unen la literatura y la vida en él. Según parece, en junio de 1905, mientras paseaba por los muelles del Sena, Fournier conoce al que será el amor de su vida, Yvonne Quiévrecourt, y que servirá de inspiración para el personaje de Yvonne de Galais en su novela. Volverá a saber de ella ocho años después, cuando ella ya se ha casado y es madre de dos hijos.


"Lo que sigue resultando conmovedor e irrepetible -recalca Beigbeder- en la única novela de Alain-Fournier es su timidez adolescente, tanto más intacta por cuento el teniente Fournier falleció a los veintiocho años durante un ataque en el bosque de Saint-Rémy, en las Esparguez, en 22 de septiembre de 1914. ¿Y saben porque murió? Para no envejecer. (...) Alain-Fournier hizo bien en morir pronto, ya que no le gustaba la realidad; esa realidad que, cuanto más envejecemos, más tendemos a aceptar".


“Yo les enseñaría a los niños a ser buenos, con una bondad que yo conozco. (...), cuando sea maestro. Les enseñaría a encontrar la felicidad que tienen tan cerca, aunque no lo parezca...”

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