Levi-Strauss: aquellos trópicos tan tristes
"Odio los viajes y las exploraciones". Así comienza Claude Levi-Strauss sus Tristes trópicos, uno de los libros de viajes más apasionantes que jamás haya leído, y creo que he leído bastantes. Soy bastante aficionado al género, en parte, solo en parte, por deformación procesional. Durante años, he producido un programa de viajes para televisión, pero la cosa venía de muchísimo antes.
Desde niño he leído sobre viajes y aventuras en lugares remotos. A estos se unían los métodos de don Apolinar Hevia que, en Ingreso de Bachiller del Instituto Carreño Miranda de Avilés, nos hacía señalar en el mapa donde estaban Skagerrat, Kattegat, Sund, Gran Bell y Pequeño Bell entre Dinamarca y Suecia, el lago Yeniséi, los Montes Urales, Alaska o la India (esto está "aprendido" con 9 años, hacia 1962). No acertar con el "puntero" suponía recibir un reglazo seco en los dedos que debías mantener juntos mientras te aplicaba el castigo. Además, no valían las "aproximaciones": había que "dar en el clavo".
Pero, claro, también estaban Julio Verne, Emilio Salgari (con él aprendimos donde estaba Malasia o Monpracén, que, en realidad , en un arrecife coralino del Mar de la China, cercano a Borneo, y no se llama Mompracén, sino Kuramán. Hay quien mantiene que no existe), Joseph Conrad, Daniel Defoe, Herman Melville, Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling,... Y, luego, contemporáneos como mi recordado Manu Leguineche, Carmen Martín Gaite, Claudio Magris, Jack Kerouac, Paul Bowles, Ryszard Kapuscinski....En fin, infinito y se acabó! Bueno, no: que tenemos que hablar de Levi-Strauss.
En Sevilla, 1957
Uno, modestamente, comenzó a viajar pronto. Claro que lo mío se parecía más a los desplazamientos de Groucho Marx cuando comenzó su carrera como actor, cómico ambulante, cantante o lo que fuese. Según mi madre el primer viaje lo hice en el verano de 1953, todavía en su vientre (yo nací en octubre) entre Avilés y Lekeitio, y viceversa. El primer viaje-viaje lo hice a Sevilla (y a Madrid) con mi abuela, pero no me acuerdo de casi nada: tenía cinco años. Quizá tres detalles: el viaje en avión desde Llanera; en Sevilla, niños que hacían redobles en latas utilizadas a modo de tambor. En Madrid, el tamaño de las ruedas de los tranvías, que me parecía más pequeñas que las de los tranvías de Avilés. Ya con más fuste, en 1966, me fui a Beckenham, en el condado de Kent, de intercambio. Aquel viaje no estuvo exento de emociones. Para comenzar tuve que vacunarme. De camino, conocí Paris. Ya, en Inglaterra, visité lugares tan diversos como la casa de Churchill, la casa en la que residía Richmal Cropton. la autora de la saga de Guillermo, viví la final de la Copa del Mundo que ganó Inglaterra en medio del alborozo general que acabó en depresión cuando India derrotó a la Metrópoli en cricket y me hice scout. En 1968, estuve en Waterford, Irlanda. Disfruté, aprendí, me hice fan de los Dubliners, me enamoré y conocí a Eamon de Valera que me regaló una moneda (que conservo). Pero, el primer viaje -con notas y apuntes- lo hice en 1972 en que viajé a Estados Unidos con una organización llamada Experiment International Living y una beca parcial de la Unesco que gestioné en el SEU (Sindicato Español Universitario). He encontrado notas y recortes de la época, estos últimos recuperados por el gran Antonio Gil. Me he dado cuenta que uno puede hacer una modesta etnología a partir de un viaje por la memoria.
Claude Levi-Strauss
Cuando leí por primera vez los Tristes Trópicos en mis días universitarios solo buscaba conocer al padre de la Antropología (estructural). El libro fue editado por la Editorial Universitaria de Buenos Aires con una estupenda traducción de Noelia Bastard. y, ¡cómo no!, comprado en El Parnasillo de Pamplona. Las 419 páginas no auguraban nada bueno cuando lo compré. Pensé: "¿Qué necesidad tengo de leer un tocho sobre Antropología si no me entra en el programa?" Craso error. Disfruté en su día y eso que no sabía lo que supe luego cuando inicié la segunda lectura para cumplir con el Inventario en el que los trópicos de Levi-Strauss ocupa el número 20. ¡No está mal! Sus descripciones de los pueblos indígenas del Amazonas brasileño son apasionantes.
En la "relectura", descubrí unos cuantos matices. Para salir de Francia hacia el exilio, Levi-Strauss recibió ayuda de Fundación Rockefeller. La misma que ayudó al presidente vasco José Antonio Aguirre y el catedrático de la Universidad de Oviedo Alfredo Mendizabal. Y, además, por los datos que ofrece, en 1941, viajó en el mismo barco que Toribio Echeverria, el lider socialista eibarrés.
Hay algo que me llamó la atención: lo que se llevó al exilio: "Por todo patrimonio yo llevaba un baúl con los documentos de mis expediciones: ficheros lingüísticos y tecnológicos, diario de ruta, notas tomas sobre el terreno, mapas, planos y negativos fotográficos: millares de hijas, fichas y clisés". Contrasta con su compatriota Saint-John Perse que salió al destierro "con las manos más desnudas que cuando nací y los labios más libres, con el oído con el oído atento a esos arrecifes de coral donde yace el lamento de otra edad".
En esta ocasión, comparto el entusiasmo de Beigbeder por los Tristes Trópicos. Este se pregunta "¿por qué este relato científico tuvo tanto influencia a finales de los años cincuenta (y más tarde)? Porque ofrece un exotismo inteligente. (...) Antes de Levi-Strauss, el hombre blanco se limitaba a exterminar indios sin reflexionar demasiado sobre sus actos. (...) Tristes Trópicos es uno de los primeros ensayos a la vez tropicales y sabios que se interesan por modos de vida distintos al nuestro".
Lévi-Strauss en la Amazonía brasileña en 1955
Tristes trópicos es, además, una "autobiografía intelectual" a decir de Beigbeder. En 1955, siendo un etnólogo desconocido, decidió escribir una biografía intelectual para explicar el recorrido que le llevó de la filosofía a la etnología. "¿Qué dice Lévi-Strauss?" Se pregunta Beigbeder: "Que los trópicos son tristes porque están diezmados, que esas tribus van a palmar por culpa de las epidemias que les hemos llevado".