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Ruben Dario: Espacios compartidos


La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.


A mi madre de gustaba la poesía. Sabía muchos poemas de memoria. El que mejor "se" sabía y nos lo recitaba una y otra vez, con empeño y actitud dramática era precisamente la Sonatina de Rubén Darío: "La princesa está triste...". Lo recitaba -muchas veces entre protestas- hasta el final. Nos parecía una cursilada.


A la izquierda, San esteban de Pravia. A la derecha, San Juan de la Arena

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

Un buen día descubrí que Rubén Darío había pasado una temporada en este rincón asturiano. ¡Qué casualidad! Según parece en 1892, durante una visita a La Habana, se había alojado en el Hotel Luz propiedad del asturiano Feliciano Menéndez, el mismo que, dieciséis años más tarde, le ofreciese en alquiler dos casas que tenía en la Arena y en San Esteban. Finalmente, pasó el verano de 1905 cuando estaba de cónsul en Paris. También pasó por Los Cabos donde hoy tengo familia. Maria José Mallo, que es parte de ella, ha plantado su campamento en la ladera del Parnaso.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

Una de mis antepasadas asturianas se llamaba Victoria López y nació en San Juan de La Arena de la Parte de Pravia. Era la madre de mi tatarabuela Plácida Fernández. Pasaron los años y, hacia 1945, un joven marino vasco de 21 años entraba en San Esteban de Pravia, frente a San Juan de la Arena (en la otra orilla de la desembocadura del Nalón), a cargar carbón. Aprovechaba entonces para visitar a su tío, un cura vasco que estaba desterrado en Avilés (junto a otros seis curas vascos). Pasaron muchos más años y, unas Navidades, llevamos a mis padres a San Juan de la Arena y a San Esteban de Pravia. Mi padre estaba en los albores del alzheimer pero disfrutó mucho aquella excursión. La última vez que estuve en San Juan de la Arena fue a visitar a mi madre que estaba en una residencia con demencia muy avanzada. De allí, se fue a morir a Avilés. Hoy, mis padres descansan juntos para siempre en Avilés.



¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.


Sigue pasando el tiempo y me toca descubrir por mi mismo a un poeta (y a un escritor) que logró renovar la poética en lengua castellana. "Darío renovó la métrica- dice Jorge Luis Borges-, las metáforas y lo que es harto más importante, la sensibilidad; cuanto se ha hecho después, de este o del otro lado del Atlántico, procede de esa vasta libertad que fue el modernismo".


Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte,

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.


Dario -y, de alguna forma, resulta sorprendente- es el unificador de las nuevas formas poéticas. Como recordaba Gerardo Diego, con el poeta nicaragüense se entra en los límites de la "generación del 98". Su influencia fue decisiva en el comienzo y es evidente en poetas como Juan Ramón Jiménez.



¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste, la princesa está pálida)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,

—la princesa está pálida, la princesa está triste—,

más brillante que el alba, más hermoso que abril!


Para la ocasión, he elegido para leer Cantos de vida y esperanza, que, a decir del puerta, "encierra las esencias y savias de mi otoño". En este punto insiste Alberto Ghiraldo, refiriéndose a los Cantos como "el libro del poeta hombre liberado ya de toda influencia libresca".


—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;

en caballo, con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con un beso de amor».



Hasta luego Madre.


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