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Buzzati, esperando en la fortaleza


Ilustración de D. Burzzati

Y, de pronto, desde la frontera norte, justo al borde del desierto y frente a una frontera casi sin dibujar, llegó Dino Buzzati. Su El desierto de los tártaros atrapa al lector desde el preciso instante en que el teniente Giovani Drogo se dirige a la fortaleza en la que pasará los próximos años. Es decir, desde la primera línea del texto.



Buzzati (San Pellegrino, Belluno 1906 – Milán, 1972) es una de las figuras más destacadas de la literatura del siglo xx. Tras cursar estudios de Derecho, en 1928 ingresó como cronista en el diario Corriere della Sera, del que luego sería redactor y enviado especial en Jerusalén, Praga, Tokio y Nueva York, entre otras ciudades. Inicia su actividad literaria con Bàrnabo delle montagne (1933), que obtuvo un notable éxito de crítica y lectores, y Il segreto del bosco vecchio (1935). Su carrera se consolidó años más tarde con la aparición de El desierto de los tártaros (1940) y Los siete mensajeros que desde entonces lo confirmaron como un narrador extraordinario. Pero fue en el relato breve donde dio las más altas muestras de su extraordinario genio. Y, además, fue un notable Dino Buzzati murió en Milán el 28 de enero de 1972.

Ilustración de D. Burzzati


José María Guelbenzu señala que "Dino Buzzati parecía ser uno de esos escritores destinados a brillar fugazmente y extinguirse, pero el destino ha sido complaciente con él. Curiosamente, este admirable novelista de la espera ha sido el esperado por la fortuna, esa severa figura que se disfraza de díscola y arbitraria, pero cuyos favores sólo se convierten en perdurables cuando se alían con el muy exigente paso del tiempo. (...) Buzzati fue poco apreciado en su tiempo; se le tenía por un hombre apolítico, angustiado ante el mundo moderno, obsesionado por el paso del tiempo -por la herida del tiempo- y por el dolor humano ("la verdadera vergüenza del mundo"). En el tema de la espera, de la llegada de alguien o algo que ha de conmover nuestras vidas, adelanta ecos de Samuel Beckett y su Godot. Cien años después de su nacimiento, es un escritor ejemplar e inolvidable que afortunadamente podemos disfrutar casi completo en nuestra lengua".



El desierto de los tártaros se publicó en 1940. Por entonces Buzzati contaba treinta y cuatro años y había publicado ya dos novelas, pero el éxito inmediato de ésta supuso su consagración y el inicio verdadero de una prolífica trayectoria pública en la que siempre contó con la fidelidad de los lectores y con la reticencia de un establishment literario que por lo demás Buzzati siempre observó con equitativo desapego. Como en tantos otros casos, las primeras traducciones al castellano se hicieron en Argentina. A finales de las década de los 1940 y principios de los 1950 José janés y Plaza & Janés publicaron distintas obras de Buzzati, incluida El Desierto de los tártaros (1956). Yo lo leí en uno de aquellas abigarradas ediciones de Plaza & Janés que ocupaban las estanterías de las bibliotecas públicas, de cuarteles o de cárceles. Mi ejemplar, además, incluye El Secreto del Bosque Viejo y Los Siete Mensajeros.



El desierto de los tártaros, como no podía ser de otra forma, copa un lugar "alto" en el Inventario. Está en el puesto 29. Beigbeder nos recuerda que "la espera el el único tema del del libro. (...) En el fondo, todo buen libro debe provocar las espera, por lo menos la del lector: para que sienta deseos de pasar las páginas, es necesaria una tensión; ¿y qué mejor tensión que darle plantón? Leer consiste en desear que llegue la página siguiente: ningún libro nos gusta tanto como aquel que nos hace remolonear".


"Buzzati -recuerda Beigbeder- transformó la metafísica: ¿si no existe más allá, entonces de qué sirve la vida? Para esperar nada, pero para esperar de todos modos. En arte se convierte entonces en una larga forma de paciencia".



En 1976, el director Valerio Zurlini llevó la nove al cine con un reparto notable: Vittorio Gassman, Giuliano Gemma, Helmut Griem, Philippe Noiret, Jacques Perrin, Francisco Rabal, Fernando Rey, Laurent Terzieff, Jean-Louis Trintignant, Max von Sydow. El guión era de André G. Brunelin y de Jean-Louis Bertucel, y la música de Ennio Morricone.

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