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Verso y prosa en las otras Antillas


Cuando cursé Geografía Universal en Segundo de Bachiller (cuando el bachiller era de seis años más Preu), Margarita Norniella, la profesora del Instituto Carreño Miranda de Avilés en el que estudié, nos hablaba de las Antillas mayores y menores. No se profundizaba en las "menores". En nuestro libro de texto (Edelvives), solo se hablaba de Antillas francesas, inglesas y holandesas. Por ejemplo, todavía no se había "corregido" en el texto que Jamaica había alcanzado la independencia. El idioma mayoritario de las Antillas mayores es el español, con la excepción de Haiti, claro. Es cierto que algunos escritores puertorriqueños y dominicanos instalados en Estados Unidos escriben en inglés. Pero, en esta ocasión, vamos a centrarnos en las Antillas menores, de donde proceden algunos de los grandes escritores del siglo XX. Eso sí, sin olvidar que las Antillas están en el corazón del Caribe al que Carlos Fuentes como mar de encuentros.


La población de las Antillas menores desciende mayoritariamente de esclavos o, como en el caso de Trinidad, descendientes de los trabajadores importados por los británicos desde la península indostánica. Sus habitantes hablan inglés, francés, neerlandés, papiamento, haitiano, francés criollo, hindi...y, aunque menos, español. Un buen día, comencé a descubrir la obra escrita de los descendientes de aquellos esclavos. Fundamentalmente, las de Aimé Césaire y Frantz Fanon, aunque, en un principio, mi interés era sobre todo político, más evidente en el caso de Fanon. La nómina es amplia.De Martinica, además de Cesaire y Fanon, Edouard Glisant o Patrick Chamoiseau (ganador del Premio Goncourt en 1992). De Dominica, Jean Rhys. De Guadalupe, Maryve Cande o Guy Torilein. De Jamaica, Claude McCay, Andrew Salkey,... De Santa Lucía, Derek Walcott. De Trinidad y Tobago, Vidiadhar Surajprasad Naipaul. Estos dos últimos, además, recibieron en Premio Nobel de Literatura en 1992 y en 2001, respectivamente. He de reconocer que, de los citados, solo conozco, además de Fanon, a Cesaire, a Walcott y a Naipaul a quienes he leído (y vuelto a releer en estos días de cuarentena).


Partir.

Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera,

yo seré un hombre-judío,

un hombre cafre un hombre-hindú-de-Calcuta

un-hombre-Harlem-sin-derecho-a-voto

El hombre-hambre, el-hombre -insulto, el hombre-tortura

se le podría prender en cualquier momento,

molerlo a golpes-matarlo por completo

sin tener que rendirle cuentas a nadie.


- A. Cesaire



De Aimé Césaire, tengo la edición mexicana su Cuaderno del retorno al país natal, un poemario que aún consigue conmoverme. En su día André Bretón, tras leer el Cuaderno, se refirió a su autor como una de las voces más importantes de la poesía francesa de vanguardia. En 1948 escribió otro de sus grandes poemarios, Soleil cou-coupé. Según el poeta y ensayista Derek Walcott -de quien hablaremos a continuación- , "Césaire ve en el Nuevo Mundo la evidencia de humillaciones pasadas y la necesidad de un orden nuevo; sin embargo, su obra, como toda alta poesía, se basa en el misterio de esta redención, no en una dialéctica precisa que pudiera ser entendida a través de claves políticas".


Con todas sus fuerzas chocan

el sol y la luna

las estrellas caen para atestiguar

la moral con una carga de nervios grises

no tengas temor atiende a las crecidas aguas

que desbordan el límite de los espejos

han salpicado el lodo en mis ojos

y veo yo veo terriblemente

veo en todas las montañas

en todas las islas

que no queda nada más que algunos

malditos colmillos de la impenitente saliva del mar


Aimé Césaire (Basse-Pointe, Martinica, 1912-2008) era hijo de un profesor y de una costurera. Su abuelo fué el primer profesor negro de la isla y su abuela, que sabía leer y escribir, alfabetizó a sus nietos cuando eran muy pequeños. Aimé consiguió una beca para estudiar en París y allí conoció al poeta senegalés Léopold Sédar Senghor, que luego llegaría a ser presidente de su país. Los dos fueron muy amigos hasta la muerte de Senghor. En la capital francesa, en contacto con estudiantes africanos, descubrió que en el fondo de su alma, era un africano y tenía algo en común con compañeros negros de otros países. En 1934 fundó, junto con otros estudiantes antillanos y Senghor, la revista «El estudiante africano», en la que aparece por primera vez el término «negritud», y comienzó a publicar poesía. Ese concepto, acuñado por Aimé, se basa en el rechazo de la política de asimilación colonial francesa y en el fomento de la cultura africana, despreciada por puro racismo. Al acabar sus estudios, regresó a la Martinica para dar clases en el mismo liceo que su padre y desarrolló una carrera política que le llevó a ser alcalde de Fort-de-France y diputado.


Césaire también escribió teatro, con los mismos presupuestos polémicos y estéticos. En su pieza La tragedia del rey Christophe (1963) analiza la historia haitiana con una mirada épica y universal, como si tratara de la tragedia de todas las revoluciones. En Une Saison au Congo (1966) puso en escena el drama político de África en los años sesenta.



"Entre la visión de la Oficina de Turismo, y el verdadero

Paraíso yace el desierto donde el júbilo de Isaías

hizo de brotar de la arena una rosa".

Derek Walcott, La Abundancia


Cuando en 1992 concedieron el Premio Nobel a Derek Walcott, su obra no estaba traducida al castellano y, por supuesto, de sus isla (y las islas cicundantes) conocía más bien poco, y es que, como recuerda Jose Carlos Llop, "desde esas islas Walcott edificó un mito e incorporó también mitologías ajenas a la propia de su cultura por nacimiento. El papel donde iban a ser escritas era el mar Caribe, el mismo que Walcott contempló toda su vida sabiendo que en él se encerraba el secreto de su poesía y también su propio secreto. Y su historia —la de su exploración por Occidente, la de los piratas, la de la esclavitud— fue lo que le llevaría a mimetizarse con el origen de ese Occidente —la mitología griega y ciertas metáforas del cristianismo— para después metamorfosearlo en otra cosa. De Homero a la poesía de sir Walter Raleigh, de los dioses del Olimpo al tobillo de una muchacha de piel negra bañándose desnuda en el mar de Santa Lucía, de los cuarteles abandonados por los ingleses a los techos de zinc ardiendo bajo la luz de hielo sucio del verano. El mestizaje cultural: y en él, la lengua. (....) La lengua de Walcott fue la misma de aquellos que apresaron a sus antecesores, los trajeron encadenados desde África hasta América, los vendieron como esclavos y los usaron como a bestias. La lengua inglesa. Y en esa lengua y en sus mitos, Derek Walcott infiltra los suyos para convertirla en otra cosa. Para que diga lo que nunca antes hubiera dicho ni dijo. Y al mismo tiempo —y ahí la paradoja y la sabiduría— la enriquece de una manera que tampoco se había enriquecido hasta entonces. Sin despecho ni rencor, dando a cada uno lo suyo y convirtiendo lo de cada uno en propio y distinto. Hasta una Ilíada escribió con número de versos parecido al de Homero. La suya se llamó Omeros y Ulises fue un pescador negro. En todo este mapa, un detalle no menor: los ojos de Derek Walcott eran verdes." (El País, 18 de marzo de 2017) .


Partida de dominó (D. Walcott)



"Así es como, una alborada, cortamos aquellas canoas."

Filoctetes sonría para los turistas que intentan robarle

el alma con las cámaras. "Luego que el viento da aviso


a los laurier-cannelles, las hojas comienzan a agitarse

en el momento en el que el sol pega en los cedros,

porque veían las hachas en nuestros propios ojos".


Omeros, Libro Primero, Capítulo I



El primer libro que leí de Derek es Omeros, una obra de arte (en verso): El libro comienza como la Ilíada, con la rivalidad por el amor de una mujer, pero la historia no tiene lugar en la Antigua Grecia, sino en una isla antillana, y la mujer no es una princesa sino una criada de raza negra, deseada no por reyes sino por varios pescadores y por un antiguo oficial británico fascinado por la isla y la belleza de la mujer. Yo recomendaría la lectura sucesiva de la Odisea, de Homero, el Ulises, de Joyce, y, como postre, el Omeros, de Walcott. Eso si, con tiempo.



En marea baja, así el arrecife evoluciona y se convierte en islas,

el reflujo de la Historia le da, a cambio, distinción.


Derek Walcott, La Abundancia


La Abundancia es un pequeño volumen que reúne el poema del mismo título y una serie de narraciones cortas. Su tesis principal: Si muerte y vida se entrecruzan, también lo hacen culturas y escenarios. La isla natal es el epicentro del que emerge un poderoso sentimiento de apropiación que arrastra con él toda la vida del autor, también su infancia y con ella las principales orientaciones para comprender el mundo alrededor, la isla que no cesa de alentar visiones de arrobamiento e intensidad que cuajan en poemas de primera magnitud. Walcott, sin embargo, quiere recalcar que su isla, y los estratos culturales que adensa, no está aislada, y menos desde ninguna clase de negritud insular que niegue sus entronques con raíces nutritivas europeas, singularmente inglesas.


Vidiadhar Surajprasad Naipaul (1932-2018) nació en una familia india emigrada -más bien exportada como mano de obra barata- a la isla de Trinidad. Se interesó por los procesos de descolonización del siglo XX (en India, África y América), dejándonos crónicas que alcanzan una contundencia universal y tienen como protagonistas, como en su obra de ficción, el dolor y el desamparo. Nadie ha escrito como Naipaul sobre la desigualdad, el exterminio de pueblos y la apelación a los mitos sentimentales. De Naipaul he leido dos libros maravillosos: Leer y escribir y La pérdida de El Dorado.




Leer y escribir es un volumen cortó en páginas y de letra grande que, en realidad recoge dos ensayos breves: Leer y escribir y El escritor y la India. En ambos textos, escritos desde la memoria más personal, el autor pasa revista a su relación con el libro y con el hecho de escribir. Desde sus primeras lecturas (por ejemplo, Veinte mil lenguas de viaje submarino) hasta su relación con la escritura y su concepción de la labor del escritor. Un texto sencillo en el que, partiendo de sus impresiones, el autor nos acerca sin ninguna dificultad a su mundo y a sus percepciones personales. Todo ello conforma el fresco de una vida dedicada a la escritura, desde los difíciles comienzos de la década de 1950 hasta la actualidad. La memoria de un aprendizaje interior y exterior que refleja las dificultades propias de haber vivido en una tradición básicamente oral como la cultura hindú.



La pérdida de El Dorado es de lo mejor que he leído en muchos años. Naipaul nos cuenta de modo magistral la pequeña gran historia de su isla natal, Trinidad, que desde los tiempos de la Conquista fue punto de partida para las expediciones españolas en busca de la mítica Ciudad de Oro y territorio de combate para las ambiciones coloniales de Inglaterra, que no se detendría hasta hacerse con el poder en la zona aprovechando las guerras de independencia de las colonias españolas. La pérdida de El Dorado es una novela con tono de crónica y el pulso dramático de una tragedia de Shakespeare. Valentí Puin resalta que«hay algo inexorable, al filo del fatalismo, en algunas páginas de Naipaul. Entre tantas cosas, sus libros nos enseñan que no existen causas fáciles y que las decisiones morales no se compran.»




Nunca es mal momento para descubrir esas otras Antillas, tan llenas de poesía, más allá de la visión de una oficina de turismo.

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