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Gide ante el espejo


"Dígame si no es una vergüenza y una desdicha que el hombre haya hecho tanto para conseguir razas soberbias de caballos, de vacas, de gallinas, de cereales, de flores, y que él mismo, por lo que a sí respecta, tenga que seguir buscando en la Medicina un alivio a sus miserias; en la caridad, un paliativo; en la religión, un consuelo; en la embriaguez, el olvido. En lo que hay que esforzarse es en la mejora de la especie."

Bien arrancada la primavera de 2020. en plena cuarentena por el dichoso coronavirus, leer Los monederos falsos de Andre Gide es un acto de fe bibliomaniática (o algo así), a pesar de la maravillosa traducción de Julio Gómez de la Serna (sí, el hermano de Ramón).Pero, claro, ocupa el número 30 del Inventario y... A Beigbder, le ha costado redactar su reseña (yo creo que lo ha hecho por puro patriotismo: ¿cómo obviar a todo un Premio Nobel de Literatura). Y sino ¿cómo se explica la coplilla final?: "Leer a Gide deberás, y así más profundo te volverás".



Pero, ¿quién este Gide? Si hacemos caso a Beigbeder, "es un rico hugonote que encanalla. Por utilizar sus propias palabras: 'Soy un chiquillo que se divierte a la par que un pastor protestante que se aburre'. En su juventud, este dandy incluso llegó a ser un tipo muy sulfuroso: en realidad, la vida de Gide consistió de pasar del azufre al sufrimiento, y de los sentidos al sentido".


De Andre Gide, se ha dicho que fue "despertador de conciencias un día, personalidad protéica y perpetuo disputador consigo mismo". Nunca se le perdonó su rechazo a Proust lo que, según mi admirada Barbara Jacobs, le invalida como cita en cualquier reseña literaria: "Si fue Gide quien, detrás de la Nouvelle Revue Française rechazó 'Du coté de chez Swann por considerar a su autor, Marcel Proust, 'un snob, un aficionado a la literatura, el ser que meos deseábamos en nuestra revista', ¿qué valor puede tener que el la misma década declare que en 'Cheri', de Colette, él no encontró 'una debilidad, una redundancia, un lugar común'". Tampoco Beigbeder se olvida del "incidente", acusándose (para hacer más sangre) de imitar al mismísimo Proust.

Los monederos falsos es un relato de relatos. Los personajes se relacionan unos con otros, las historias se entrecruzan para construir una novela rica en sucesos, y personajes. Es cierto, además, que no tiene aquello que debe tener una novela: exposición, nudo y desenlace. Uno de los relatos que más llama la atención es el de Boris, un joven huérfano a quienes sus compañeros llevan al suicidio en un macabro juego. Bernardo y Oliverio se convierten poco a poco en adultos. Su amistad se ve afectada por los celos. Eduardo convierte a Oliverio en su amante y esto afecta a Bernardo.


Gide con su amante Marc Allegret


Las relaciones homosexuales entre los personajes a veces es explícita, como la mencionada, otras, poco clara. Todo esto es, sin duda, un reflejo del homosexualismo confeso de André Gide. Al final de la obra, Bernardo vuelve con su padre, quien se encuentra enfermo. La narración podría seguir, como sigue la vida misma, pero la novela debe concluir. Los monederos falsos es un libro complejo que, a pesar de todo, merece la pena ser leído, aunque sea para burlar la censura de la Iglesia católica que incluyó su libro en el Index librorum prohibitorum (Indice de Libros Prohibidos). Se contaba que hubo un tiempo que los jóvenes franceses se levantaban a media noche para devorarla. Es decir, para pecar tranquilos.


Gide, según Jacques Winsberg


"André Gide –dice Borges–, que de tantas cosas dudó, parece no haber dudado nunca de de esa imprescindible ilusión, el libre albedrío. Creyó que el hombre puede dirigir su conducta y consagró su vida al examen y a la renovación de la ética, no menos que al ejercicio y al goce de la literatura. (...)La más famosa de sus novelas es “Les faux monnayeurs” (traducida habitualmente por “Los monederos falsos”), curiosa y admirable narración que incluye un análisis del género narrativo".



Referencias bibliográficas


André Gide, Los monederos falsos, Buenos Aires (1954). Ediciones Malinca, 348 pp

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