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Faulkner furioso


El ruido y la furia de Pablo Genovés (homenaje a Faulkner)

"El cuento de un idiota,

lleno de ruido y de furia, sin significado"

- W. Shakespeare, Macbeth

Lo primero (y lo único) que había leído de William Faulkner fue Santuario. Una historia tremenda con un Popeye que ejerce de encarnación del mal. Es cierto que, hasta que llegó ese momento, pensaba que era uno de esos guionistas clásicos de Hollywood, cuyo nombre aparece en algunas películas de Howard Hawks (Tener o no tener, El sueño eterno o Tierra de faraones), que no son las que más me impresionan de este director. Pero, claro, los lectores de Le Monde y los clientes franceses de la FNAC colocaron a El ruido y la furia, considerada como la obra cumbre de Faulkner, en el número 34. No se olvide, además, que Faulkner consiguió el Nobel y, además, su obra fue lleva al cine en una película dirigida por Martin Ritt (Donde la ciudad termina, El largo y cálido verano), protaginizada por Yul Brynner con pelo (Yul no era calvo) y una increíble Jeanne Woodward





Faulkner es un hombre del "sur profundo" (de los Estados Unidos). Del estado de Mississippi. Hay otros grandes escritores norteamericanos que proceden del Sur : Margaret Mitchell (Lo que el Viento se llevó), Harper Lee (Matar a un ruiseñor), Truman Capote (Desayuno en Tiffanis), Tom Wolfe (La hoguera de las vanidades),... Debe reconocer que siento una especial debilidad por "ese" sur (a pesar de que mi abuela Flora nació en Idaho, por cierto, el estado en el que nació Ezra Pound y en el que se quitó la vida Ernest Hemingway). En el verano de 1972 pasé casi un mes en Richmond, Virginia, en Dixie, la capital de la Confederación. Allí vivía con una familia sureña (y sudista) tradicional. Hospitalaria, generosa,... Buena gente. Allí me dieron su punto de vista sobre la cuestión del racismo (que, según algunos, tenía más que ver con la economía y el pago de impuestos). Claro, que la ley de derechos civiles llevaba poco de más de seis años en vigor y los ramalazos eran evidentes hasta en las colas de los autobuses. Volví a Richmond y, luego, he estado en Birmingham, Alabama, y en Nueva Orleans y, en los dos primeros casos, los ramalazos...



Parece claro que Frédéric Beigbeder, no sin dificultades, ha quedado atrapado por la escritura de Faulkner: "Nos envuelve, nos hipnotiza, como esos cuadros de tramas del Pop Art que uno sólo solo puede contemplar a cierta distancia si no quiere acabar viendo únicamente un conjunto de manchas. La obra de Faulkner requiere cierto alejamiento, y para disfrutarla no hay que dudar en saltarse los pasajes herméticos para llegar a obtener una imagen fascinante: la de Quentin, por ejemplo, rompiendo su reloj para que el para que el tiempo vuelva a vivir".



La metáfora del tiempo impresionó tanto a Jean-Paul Sartre que le dedicó un ensayo, La temporalidad en la obra de Faulkner: "Cuando uno lee El ruido y la furia lo que más llama la atención son las extravagancias de la técnica. ¿Por qué ha roto Faulkner el tiempo de su historia y ha hecho un rompecabezas con los pedazos? ¿Por qué es la primera ventana que se abre sobre ese mundo novelesco la conciencia de un idiota? El lector se siente tentado a buscar referencias y de restablecer para si mismo la cronología".



El ruido y la furia cuenta la historia de la decadencia de una familia sureña. La acción está dedicada a cada de los miembros de la familia, incluida la criada negra: Dilsey. No hay pérdida. Las primeras páginas del libro las dedica el autor a presentar a los personajes. "Por lo visto, -resume Beigbeder- en el estado de Mississippi, todo el mundo está histérico (además de un idiota castrado de treinta y tres años llamado Benjy, que se enamora de su hermana pequeña, que, por cierto, se llama Cady): los otros dos hermanos de Caddy, Quentin y Jason, expresan a su vez, en una lengua muy diferente, sus celos y locura; los criados negros hablan como en Lo que el viento se llevó (publicado poco después); su padre alcohólico acabó palmándola; cuando los personajes no se suicidan, se acuestan con el primero que se les pone a tiro".



Sorprende la influencia de Faulkner en autores que escriben en castellano como Gabriel García Márquez (Vivir para contarlo) o Mario Vargas (El pez en el agua), pero también en otros como Juan Benet, Juan Rulfo o Jorge Luis Borges. Este último, no solo le dedicó una especial atención, sino que tradujo Las palmeras salvajes.


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