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Bonjour Tristesse


Se llamaba Jean Seberg. Era actriz y tenía 41 años cuando por fin, tras siete tentativas sin éxito, logró suicidarse en Paris con una sobredosis de barbitúricos. Se dijo que nunca supero la muerte de su hija Nana. Era una mujer abrumadoramente bella de la que nos enamoramos todos los que vimos Buenos Días Tristeza (Bonjour tristesse), de Otto Preminger, con David Niven y Deborak Kerr como protagonistas, en uno de aquellos cine clubs. La biografía de la actriz daría para más de una película. Eso sí: que no sea como el bodrio firmado por Benedict Andrews.



El segundo descubrimiento, mucho tiempo después, fue Françoise Sagan, con sólo 18 años, se puso a escribir sobre la apropiación de la sexualidad femenina y el resultado, Bonjour Tristesse, que ocupa en número 41 del Inventario, y que inspiró la película de Preminger. Es difícil imaginarse a alguien más desafiante que una joven de 18 años que escribe sobre la apropiación de la sexualidad y libertad femenina: Françoise Sagan, con su primera novela, Bonjour Tristesse, se plantó frente a los cánones de la sociedad francesa -predominantemente católica-; plasmando en su obra un estilo disruptivo y existencialista. Frèdéric Beigbeder se refiere a ella como "una breve novela perfecta, rebosante de una frágil emoción, un libro de esos que uno lee muy pocas veces a lo largo de su vida, una misteriosa obra maestra imposible de analizar, que te hace sentirte menos solo y más solo al mismo tiempo". Amén.


Foto de Bert Hardy

Bonjour Tristesse fue publicada en 1953, año en el que aún se sentían los efectos de una segunda guerra mundial que había impactado la ‘psyche’ colectiva. Consecuentemente, la moralidad se empezó a entender como un límite al disfrute de la vida, que como bien la guerra lo había demostrado, podía ser más finita de lo imaginado. Quizá por esto Rachel Cusk, titula su ensayo sobre la escritora publicado en The New Yorker: "Françoise Sagan, the great interrogator of morality" (La gran interrogadora de la moralidad) A través de esta primera novela, Sagan explora la superficialidad de “los placeres terrenales” de Cécile, una joven, de 17 años -como ella al momento de escribir la historia- quien toma unas vacaciones con su padre en la Costa francesa. Al publicarse, produjo gran revuelo entre los críticos más tradicionales y conservadores. Muchos la acusaban de “crear mala fama a las jovencitas francesas (…) a los ojos del mundo”, y muchos otros, consideraban que su producción era leve, carente de profundidad.


"Dudo al aplicar el nombre bello y grave de tristeza, a este sentimiento desconocido cuya suavidad y fastidio me tienen obsesionada. Es un sentimiento tan completo y tan egoísta que llega a darme vergüenza, mientras que la tristeza me ha parecido siempre honrosa. conocía el fastidio, la pesadumbre y asta el remordimiento. La tristeza, no. Ahora siento algo que me envuelve, como una seda suave y enervante, que me separa de los demás".

Así comienza el texto de esta novela que se abre con un poema de Paul Eluard: "Adiós tristeza/Buenos días tristeza", que justifica el título.


François en su Jaguar XK149

En coherencia con su obra, la vida de Sagan se caracterizó por su osadía: alcohol, drogas, juegos de azar y coches deportivos encabezaron la lista de placeres de los cuales no medía la dosis. El primer automóvil que adquirió con sus ganancias fue un Jaguar convertible XK140, que posteriormente sería reemplazado por un Aston Martín, el mismo en el cual se accidentaría –como una auto-profecía cumplida del trágico final de su primera novela- y duraría meses en recuperación.


Peggy Roche, a la izquierda, fue el gran amor de Françoise.


Sagan patentó un estilo de aire beatnik, con corte garçon y rouge en los labios y un montón de prendas en negro y camiseta a rayas; jamás le fue infiel a su estilo, no así a sus maridos. Primero se casó con Guy Schoeller, pero duraron tan solo un par de años; después vino Robert Westhoff, un modelo bisexual que le dio al único hijo: Denis. Entonces, en una de sus idas y venidas a la revista ELLE donde trabajó como colaboradora a raíz del éxito de su primera novela, conoció a la que sería su verdadero amor: Peggy Roche. Ambas estaban casadas entonces, Peggy con Claude Brasseur, y ella con Robert, pero su amor pudo más. Juntas se convirtieron en dos estandartes de la libertad y la determinación desde el apartamento del distrito XIV que habitaron juntas.


Catherine Deneuve, Yves Saint Laurent y Françoise Sagan

Françoise Sagan se encontró sola, mayor, arruinada, víctima de unos dolores terribles y adicta al opio y a la cocaína. Un grupo de intelectuales franceses, capitaneados por Isabella Adjani tomó cartas en el asunto y decidieron dar un paso al frente para ayudar a Sagan; suya fue la mítica frase: “Puede que Sagan le deba dinero a Francia, pero mucho más le debe a ella Francia. Cierto como el sol, aunque quizá seamos muchos más los que estemos en deuda con la novelista". Mauriac se refería a ella como un "monstruo encantador", porque, como apostilla Beigbeder, "hay que ser un monstruo para tener la humildad de fingir ser una juerguista toda tu vida cuando en realidad eres un genio".


Referencias bibliográficas


Rachel Cusk, "Françoise Sagan, the great interrogator of morality", en The New Yorker, August,21, 2019


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