El placer de leer y la incurable bibliomanía
"Leyendo es como uno se hace lector".
- Raymond Quenau
Cuando me jubilé, decidí recuperar el tiempo perdido en materia de lectura. Hasta que comencé a trabajar, leía hasta los textos de los sobres de azúcar. Luego, y durante cuarenta años, leí (mucho) pero cuestiones relacionadas con la historia y mi trabajo. Se trata de someterme a una cura de rejuvenecimiento a través de la lectura de literatura de creación. Para ello, necesitaba cierta ayuda: unas guías y algunos textos que me ayudasen a dar cierto barniz teórico. Además, debía compatibilizar el proceso con mi patología crónica: la bibliomania. Para esto último, nada más recomendable que El ladrón de libros, de Nuria Amat. Eso a pesar de que Nuria advierte desde el primer momento que "el vicio o la debilidad libresca está pasada de moda".
Me crie en una familia de lectores compulsivos por ambas ramas: mis dos abuelos, mis padres, mis hermanos. Mi tía Esther, hermana de mi padre, era capaz de hacer "punto" y leer al mismo tiempo. Mi tía Mari, hermana de mi madre, me regalaba libros de Agatha Christie y de Georges Simeon, autores a los que ella ha seguido toda su vida. Los primeros libros que recuerdo eran los de las editoriales Molino (Richmall Cropton, Salgari), Bruguera (Colección Historias), Plaza y Janés ("de aquellas tapas tan espantosas y antibibliográficas", a decir de la buena de Nuria) cuyos libros se podían conseguir en cualquier establecimiento y poblaban las estanterías de colegios, cuarteles y cárceles. ... Otras de "mis" editoriales, ya de mayor fueron Barral, Losada, Austral (que es una colección muy desigual con mucho componente comercial que le aleja de su historia), Anagrama o Muchnik (el original).
La iniciación a la lectura, claro, se hacía a través del comic. Cuando yo era pequeño lo que hoy conocemos como comic tenía diferentes denominaciones dependiendo del lugar en el que estuvieses. En mi Avilés natal, comic era chiste que, sin embargo, se convertía el tebeo en Lekeitio -donde iba a pasar temporadas a casa de mis abuelos- o cuentu en Gijón cuando iba a visitar a una tía (hermana de mi abuela). Los mexicanos que estaban internos con nosotros en el Colegio Loyola de Oviedo, sin embargo, hablaban de historietas o de monitos.
Los chistes que más me gustaban en mis años de infancia eran "los de siempre" (o los que se citan siempre): El Capitán Trueno, Pantera Negra o El Jabato. Aborrecía Roberto Alcázar y Pedrín y El guerrero del antifaz. Entre todos, mi favorito eran los de Hazañas Bélicas. A veces, en casa de Pedro Arrojo, echaba un vistazo a los Grandes Inventos de TBO o los "susedidos" de Josechu el Vasco. TBO, por cierto, el que dio nombre al comic en un tiempo, fue la revista más persistente de la historia, publicándose, con paréntesis entre 1917 y 1998. Revistas como Jaimito o Pulgarcito solo las hojeaba, aunque, claro recuerdo a personajes como Carpanta, las hermanas Gilda, Zipi y Zape, don Pio, Mortadelo y Filemón...
(Paréntesis: En aquellos días, las niñas tenías sus propios chistes: Sissi, Mary Noticias,... esto -aunque suene mal hoy en día- tenía como principal ventaja que tus hermanas dejaban en paz los tuyos, y tu los de ellas).
Un buen día aparecieron en los kioskos las revistas de la Editorial Novaro de México que nos trasladaron a otro mundo: el de los superhéroes: Superman, Batman, Hulk, el capitán Marvel, Acuaman... los cowboys justicieros como Roy Rogers (que nosotros pronunciábamos "rójeres"), Hopalong Cassidy, Gene Autrey, El Llanero Solitario,..y, por supuesto, Archi, el Pájaro Loco, Félix el gato, Porky, Buggs Bunny, ... Los hijos de uno que viven en estado de adanismo (que todos hemos padecido) han descubierto que su anciano padre ya leía "comics o así" hace más de 55 años de vellón (aunque fuesen solo chistes).
El chiste-tebeo-cuentu-comic daba para mucho y, así, la Editorial Novaro editaba unas Vidas Ejemplares (generalmente de santos) que leíamos obligatoriamente en el Instituto Carreño Miranda en Semana Santa. Curiosamente, era el único chiste que podíamos leer dentro de un aula sin peligro de incautación.
Sería injusto que no mencionase aquí otro tipo de lecturas que acompañaron a varias generaciones. Las "novelas" "del Oeste" de Marcial Lafuente Estefanía, en ocasiones, acompañadas de las de Zane Grey. Lafuente Estefanía, hombre culto, ingeniero -que llegó a general de artillería en el Ejército republicano- vendió millones de ejemplares de los libritos que publicaba en Bruguera y que muchos leímos sin rubor. En la misma editorial, también publicaba la reina de la novela rosa, Corin Tellado. Marcial y Corín democratizaron la lectura.
Mi primera librería (de libros) fue La Esperanza, de Avilés, que regentaba la familia Núñez. Mi abuelo, amigo personal del dueño (fue testigo de su boda y de la de mis padres), ya compraba allí. Técnicamente, yo no compraba. Me llevaba el libro y anunciaba: "Ya pasará mi madre a pagar". Mi madre solo me hizo devolver dos libros -por sus contenidos "verdes", según ella-: la Biblia y El Buscón, de Quevedo. En Avilés, también frecuentaba la librería de Cástor y, ya al final, la Miguel Hernández. En mis años universitarios, fueron varias mis librerías de cabecera: Ojanguren, en Oviedo, Argentina, en Madrid, y, sobre todo, El Parnasillo en Pamplona.
Por supuesto, complemente indispensable era la biblioteca pública, o casi. Mi primera biblioteca fue la Bances Candamo de Avilés, donde te daban un talonario para controlar el préstamo de libros. Un entonces bibliotecario profesional, Antonio Ripoll, estaba llamado a revolucionar la cultura local. Más tarde, abrieron la de Lekeitio al frente de la cual estaba Carlos Castellanos, hijo del que fuera un célebre pelotari Zapaterito de Lekeitio. He leído en sitios muy raros: en la biblioteca del Cuartel de Instrucción de Marinería del Ferrol, por ejemplo. Allí confieso haber leído a Sven Hassel) .
Para recuperar la juventud literaria necesitaba referencias que simplificase mi camino. La primera fue Último inventario antes de la liquidación, de Fréderic Beigbeder. Son una colección de reseñas de los mejores libros del siglo XX, escogidos por los seis mil lectores que contestaron a la encuesta llevada a cabo por Le Monde y la FNAC. En realidad la lista la componen cien libros, aunque Beigbeder solo comenta la mitad. He seguido sus recomendaciones al pie de la letra, aunque la mayoría de las sugerencias seas excesivamente francesas. La segunda referencia son La Biblioteca Mundial, una lista de los 100 mejores libros de la historia, según lo propuesto por 100 escritores de 54 países diferentes, recopiladas y organizadas en el año 2002 por el Club del Libro Noruego. Esta lista trata de reflejar la literatura mundial, con los libros de todos los países, culturas y períodos de tiempo. Entre los proponentes, Paul Auster, Ben Yehosua, Salman Rushdie, Norman Mailer, Milan Kundera, John le Carré, Seamus Heaney,... He utilizado asimismo la Historia de la Literatura Española, de Ángel del Rio, compañero de exilio neoyorkino de mi maestro Jon Bilbao. También la Literatura española del sigo XX, de Pedro Salinas, exiliado asimismo en Estados Unidos y amigo personal de Manu de la Sota. Además, el Curso de Literatura europea de Vladimir Navokov, la Geografía de la novela, de Carlos fuentes, las Clases de Literatura de Julio Cortázar el ensayo Sobre literatura de Umberto Eco, El Arte de la novela de Milan Kundera, Una habitación propia, de Virginia Wolf, o un librito que, a mi, me ha sido de gran ayuda, Escrito en el tiempo de Bárbara Jacobs. De esta última, he aprendido a recelar de los críticos. El plazo para completar el tratamiento es de tres años.
Habíamos quedado que lo mío, amén de el hedonismo lector (si existe esa variedad), más cerca de Aristipo de Cirene (aquel que enseñaba que el objetivo de la vida era buscar placer como bien supremo y mantener un control adecuado sobre la adversidad y la prosperidad: hedonismo ético), que de la sociedad libertina de los días de Luis XV, era la dolencia llamada bibliomanía aguda. He recorrido librerías de viejo en lugares diversos: siempre con éxito. También me gustan las ediciones con gusto, valga la redundancia. En este punto soy un rendido admirador de los Zugaza desde hace años. Por otro lado, he descubierto esa legítima maravilla que es Iberlibro que me permite, en muchas ocasiones, disfrutar de viejas ediciones (cuando la edición era un arte y no una "industria": que horror de palabra). Así que para esta cura estoy utilizando (siempre que puedo) las viejas ediciones.