Las instrucciones de Perec
El número 43 del Inventario de los lectores de Le Monde se lo han asignado a un autor que me apasiona, Georges Perec, y a su La vida instrucciones de uso (sin puntos y comas entre la vida y las instrucciones). El primer libro que leí suyo fue El gabinete de un aficionado. Historia de un cuadro, un texto hechizante, que, para algunos, complementa La vida... Gonzalo Palermo afirma que "el escritor construyó una de las obras más singulares e inclasificables de la literatura moderna. Entre notables juegos formales que desafían al lector, sus libros se lanzan a la búsqueda de un lenguaje que alcance la verdad detrás de las cosas aparentemente insignificantes". Por su parte, el critico Kim Nguyen Baraldi ha dado "53 razones por las que quiera a Georges Perec". la primera: "Porque es el escritor por excelencia de los proyectos en marcha: está lleno de salidas que ninguna llegada podrá desmentir nunca".
Georges y su madre
Georges Perec (1936-1982). Hijo de judíos polacos emigrados a Francia, a los cinco años Perec ya era un huérfano de guerra. Icek Judko Perec, su padre, enrolado voluntariamente en el XII Regimiento Extranjero de Infantería (REI), murió combatiendo a los alemanes el 16 de junio de 1940, seis días antes de que Francia firmara la capitulación. Cyrla Szulewicz, su madre, consiguió que, en el otoño de 1941, su hijo fuera transportado por uno de los últimos convoyes de la Cruz Roja a Villard-de-Lans, un cantón cercano a Grenoble, en el departamento de Isère, en la región de Rhône-Alpes, por entonces libre de las leyes de Vichy. Allí fue recibido por David Bienenfeld y Esther Perec (hermana de Icek), quienes tenían dos hijas: Bianca y Ela. Por su parte, fracasados los varios intentos de abandonar París para reunirse con su hijo, Cyrla fue arrestada por la policía francesa el 23 de enero de 1943 y deportada a Auschwitz el 11 de febrero de ese año. Allí termina su rastro, aunque todo hace suponer que acabó en la cámara de gas.
Según anota David Bellos, principal biógrafo de Perec y traductor de sus obras al inglés, los Bienenfeld inscribieron a Georges –familiarmente Jojo– en el colegio Turenne, un internado católico de varones. Pese a la relativa seguridad que les ofrecía vivir en el sudeste de Francia, los Bienenfeld debieron prevenirlo sobre la necesidad de ocultar su verdadera identidad. “Sin embargo, con un niño –señala Bellos–, y para no hacer correr riesgos al colegio, hubo que tomar ciertas precauciones. (…) Antes de la partida de Jojo para el colegio Turenne, alguien –tal vez su tío– tuvo que encontrar las palabras para hacerle comprender lo que, bajo ningún pretexto, jamás debía revelar. Georges Perec no se acuerda de ello, porque el único medio del que disponía para obedecer esa orden terminante fue… el olvido. La orden terminante, de la que desconocemos la forma, debió haber tenido la fuerza de un mandamiento: “hay que olvidar”. Bellos entonces se pregunta: “¿Cómo decirle de otro modo a un niño que es peligroso para él dejar escapar (incluso a través de simple fruncimiento de cejas, una mirada) que entiende el yidish, que conoce el alfabeto hebreo, que su padre se llamaba Izie, que vivía en Belleville, que su familia viene de Polonia, que su abuela vende pepinos en vinagre, arenques en salmuera y halvá, que su abuelo nunca está en casa los sábados, que la mayoría de sus compañeros son judíos –en síntesis, que él también es judío? Seguramente se le exigirá que borre todos los recuerdos de su pasado, se le dirá que para él comienza una vida nueva, que el apellido es bretón, que él es francés, y que nunca, absolutamente nunca debe pensar en lo que quedó atrás. Ese fue entonces un acto de olvido de una necesidad vital, pero también fue una traición interior”.
Así planteadas las cosas, la recuperación de la memoria que la historia le obligó a perder sería en Perec una suerte de expiación y su monumental esfuerzo autobiográfico, la penitencia que él mismo se impuso. Sin embargo, es posible que haya algo más, ya que sus esfuerzos no se limitaron a la recuperación de la memoria de sus padres y de su niñez. De hecho, hay una búsqueda que va mucho más allá y que, sin dudas, lo excede.
Apunta Beigbeder que "La vida instrucciones de uso no es una novela, es un inmueble. El del número 11 de la calle Simon Crubellier, descrito minuciosamente, piso por piso, habitación por habitación, inquilino por inquilino. Perec tradó diez años en disecar este inmueble en 99 capítulos, 107 historias distintas y 1.467 personajes. Podemos leer estas "novelas" (Perec subtituló así su libro) en todas direcciones, elegir un puiso en lugar de otro, seguir a alguno de sus vecinos. (...) el proyecto de Perec, demencial y megalómano, consiste en demostrar que, observado a través del microscipio, todo resulta fascinante. Que cada edificio de cada calle de cada ciudad contienen un universo rebosante de miles de aventuras y pintorescas que nadie contará nunca (salvo él)". Uumm! Hay algo que lo le gusta al exégeta del Invetario. O sea que nos encontraríamos ante un batiburrilo entre el Cantar de los Cantares (Shir Hashirim), el Quosque tamdem, de Jorge Oteiza, y la 13 rue del Percebe, de Ibáñez, ¿no?
No me gusta como trata Beigbeder a Perec. No es la primera vez que discrepo. Siempre está dispuesto a meter la puya: "No hay duda de que Perec es un virtuoso alucinante y su libro una proeza sin precedentes. Pero una proeza técnica no siempre acaba siendo una obra maestra, y siempre resulta difícil seguir a un personaje cuando sabemos que su autor se niega a dejarle ir a donde desea". No-estoy-de-acuerdo.