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Gargantúa ya no me da miedo


Ilustración de G. Doré


Se pregunta el escritor Sergi Doria: “¿Es moderno François Rabelais (1494-1553)? Tópicos: escritor de lo grotesco, escatológico, arcaico creador de nombres, hambres y hombres imposibles, polemista anticlerical, apologeta de la dipsomanía (léase borrachín)”. Es cierto que Gargantúa y Rabelais es la mezcla más elevada de vino y literatura. Aquí el vino fluye como un río y, lo que es más importante, la felicidad se desborda con cada copa que se sirve. El mismo prólogo de la obra se abre con una exaltación del vino”. Que conste que cuando tenía seis o siete años me llevaron mis padres a Bilbao para que "disfrutase" del "gargantúa" local. El pánico producido por la experiencia de ser "tragado" por aquel ser de cartón me duró años, tantos como el recuerdo del miedo que pasé viendo El Exorcista. Pero, esto es otra cosa. Gargantúa ya no me da miedo.


Según Doria, Rabelais “reaparece como un adelantado de Queneau, Pérec y la transgresión verbal con la que Céline incendió el siglo XX”. Seguramente, pero sobre todo nos encontramos ante uno de los 100 mejores libros de la historia, según el Club del Libro Noruego, y hay que darle todo el mérito que merece. Pero, no solo por eso. Gargantúa y Pantagruel proporciona una copiosa ración de la mejor literatura.


En el siglo de las guerras de religión, Rabelais era subversivo por ser un humanista de tomo y lomo. Hijo del abogado del rey en Chinon, se convierte en hermano menor franciscano y estudia leyes en París. Con la reforma luterana, se prohíbe el griego en la Sorbona: Rabelais cambia la regla franciscana por la benedictina, más tolerante con las cosas del saber. Acompañando al prelado de la orden por la región del Poitou descubre la cultura popular y sus ricas tradiciones.Jurista, folclorista, filólogo, Rabelais amplía conocimientos en 1530 al cursar medicina en la universidad de Montpellier; se cartea con Erasmo y difunde a Hipócrates y Galeno en ediciones estudiantiles que hoy calificaríamos «de bolsillo».

Sin embargo, el prestigio de Rabelais se ha forjado sobre su irresistible y excepcional comicidad, pero lo cierto es que fue un humanista que procuró aunar las tradiciones clásica y cristiana en una tercera, a la búsqueda de un tipo ideal de individuo que se alejase definitivamente de los razonamientos abstractos y «helados» de los escolásticos de la Sorbona, al reencuentro con la calidez de lo humano. Si Rabelais, médico, fue admirado entre sus contemporáneos como un hombre de gran erudición capaz de escribir en latín y en griego, sus novelas le convirtieron en un popularísimo escritor que se divertía haciendo saltar por los aires el lenguaje con sus juegos de palabras y sus razonamientos extravagantes, en un mundo dominado por gigantes y cretinos, borrachos y farsantes. Las dificultades de comprensión que a menudo han hecho ilegibles estas novelas se han salvado con unas notas de presentación que abren cada capítulo, en las que se da cuenta del sujeto satirizado y las circunstancias de la misma sátira.

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