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Peleando por Salgari


La Pescadería en el Camino a Mompracén

A Pituto, a Nan y a Ramón Fernando

que ya han llegado a Mompracén

Un grupo de amigos adolescentes nos reuníamos en la plaza que hay delante de uno de los mercados de Avilés, popularmente conocido como "La Pescadería". Allí coincidíamos Fran Vaquero, Ramón Fernándo Arias, Castor "Castorín", en ocasiones, Ángel Álvarez "Pituto", Nan Monforte y yo mismo. Todos, menos yo, vivían cerca. Además, entre la casa de Fran Vaquero y la Plaza de la Pescadería estaba la Biblioteca Municipal Bances Candamo: un dato a tener en cuenta en esta historia. ¿Qué hacíamos en aquellas "reuniones"? Pues todo aquello que se supone que hacen los adolescentes nacidos a principios de la década de los 1950. Empleábamos el tiempo en la búsqueda del ser, o algo así. Pura filosofía sartriana. O, dicho de otra forma, jugábamos al escondite -Nan era rapidísimo en carreras cortas- , al yancón,... Pero, en ocasiones, se producían distorsiones. Para jugar, dejábamos aquello que nos estorbaba en un banco: desde el "jersey", el "cabás" donde guardabas los deberes de clase particular, o algún libro que alguien había pedido prestado en la biblioteca. Si el libro era de Salgari, algunos se volvían locos. "Castorín", por ejemplo, secuestraba el volumen y se olvidaba de todo lo demás. No importaba que "rompiese" el equipo. En ocasiones, eran dos los que leían el libro a la vez. Lo que constituía una proeza impensable en estos tiempos.



La amplia obra del escritor, marino y periodista Emilio Salgari se inició en 1883 con un relato corto y por entregas, I selvaggi della Papuasia, y el mismo año publicó su primera novela a la que llamó Tay-See, posteriormente titulada La rosa del Dong-Giang.

En 1883 vio la luz la obra por la que sería mundialmente recordado, Sandokan, una novela basada en un personaje real, el famoso aventurero español Carlos Cuarteroni Fernández.

Sandokan se convirtió en un ciclo de novelas con títulos tan conocidos como el El tigre de Malasia o Los tigres de Mompracem.

Este Salgari escribió como un poseso durante toda su vida novelas de aventuras en lugares exóticos y extremos. Sus héroes –léase Sandokán, el tigre de la Malasia- luchaban por su vida en mares, selvas y desiertos; lugares y personajes truculentos que decía haber conocido en su vida de marino, aunque hoy por hoy lo único comprobable es que hizo un viaje de tres meses como pasajero en el Mar Adriático. Seamos serios, Julio Verne ni hizo 20.000 leguas de viaje submarino, ni llegó al centro de la tierra, ni subió a la luna, ni dio la vuelta al mundo en ochenta días, ¿y?



El grupo de la Pescadería leíamos las ediciones de Molino (que publicó unos 30 títulos) y de Bruguera (Colección Historias: parte texto, parte chiste=comic). Cuando, en verano, iba a casa de mis abuelos, a Lekeitio, leía las ediciones de Saturnino Calleja (el de los cuentos) que habían sido de mi padre (y que conservo). Íbamos creciendo pero la pasión por Salgari no decaía. Nan cambió de casa. Pasó de la Pescadería a una casa en la playa de Xagó, en un alto con una vista impresionante. De vez en cuando, íbamos a pasar la tarde a la nueva casa de nuestro amigo. El viaje constituía una pequeña aventura. Tomábamos un autobús de la empresa Roces que solo hacía parte del recorrido. Quedábamos en un cruce y seguíamos andado un par de kilómetros hasta la casa. Para entretenernos en el viaje llevábamos algo para leer. Si tocaba Salgari, Castorin se volvía loco: "Lo leo y te lo devuelvo"... Pensabas que lo querías llevar a casa y no parecía seguro que Castorín lo acabase. Pues si. Lograba acabarlo, incluso completaba su lectura subiendo a pie la cuesta que llevaba a la casa de Nan. Aunque nuestros favoritos eran los de Sandokan y los tigres de Mompracén, todos los demás eran buenos por definición.


Placa en su casa natal de Verona.


Pasó muchísimo tiempo antes de conocer la biografía trágica de Emilio Carlo Giuseppe Maria Salgari. Y aunque la contribución de Salgari a la literatura, con cerca de un centenar de novelas publicadas, no le hizo ni feliz ni rico. El escritor no pudo superar el terrible vacío que le dejó la muerte de su familia, la locura de su amada y sus numerosas deudas y acabó suicidándose.






En mi caso Salgari solo me trae buenos recuerdos, avivados por algunos libros que aún conservaba y que he releído estos días: La Perla Roja, La Costa de Marfil o A bordo del Taymar. Un viaje desde La Pescadería a Mompracén. Se que tenía más. ¿Se los habría quedado Castorín?

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