Chejov, escritor a tiempo parcial y ruso a tiempo completo
- Koldo San Sebastián
- 30 sept 2020
- 5 Min. de lectura

Entre los 100 mejores libros de la historia según el Club del Libro Noruego, nueve han sido escritos en ruso por tres rusos (Anton Chejov, F. Dostoieski y León Tolstoi) y un ucraniano (Nikolai Gogol). Hay un cuarto ruso, Vladimir Navokov, pero este escribía en inglés. O sea, el 10 por ciento. Esta lista se realizó con, entre otros, los votos de Paul Auster, A.S. Byatt, Bei Dao, Nawal El Saadawi, Carlos Fuentes, Nadine Gordimer, John Irving, Milan Kundera, John Le Carré, Astrid Lindgren, Norman Mailer, V.S. Naipaul, Orhan Pamuk, Ben Okri, Alain Robbe-Grillet, Salman Rushdie, Wole Soyinka, Yvonne Vera, Fay Weldon, Christa Wolf... y así hasta 100 escritores. De estos, por cierto, solo dos eran rusos. La lectura de las obras rusas seleccionadas supondría meses de lectura agotadora de varios miles de páginas. Con algunas excepciones, los rusos del siglo XIX eran incapaces de escribir corto. Por ejemplo, mi edición de Guerra y Paz, de Leon Tolstoi, tiene 1.473 páginas. Los hermanos Karamazov, 1.007... ¿Qué hacer? La verdad que es una pregunta muy rusa. Se la hicieron Nikolái Chernyshevski, León Tolstoi y hasta Vladimir Ilyich Lenin. Creo que tengo la solución: Chejov, escritor a tiempo parcial y ruso a tiempo completo. Pero fue más cosas. Por ejemplo, un maestro de la brevedad, en el arte de decir muchas cosas con pocas palabras. Y eso aunque entonces le pagaban a tanto la línea, a ocho kópeks, que luego subieron a doce; y aunque los problemas económicos le agobiaban tanto como le agobiaba la familia. En sus cartas y apuntes encontramos lacónicas fórmulas en las que él mismo define su estilo: "la brevedad es hermana del talento", "el arte de escribir es el arte de acortar", "escribir con talento, es decir, de manera breve", "sé hablar con pocas frases de cosas largas". A esto, claro, sumaba su sentido del humor: una ironía suave que contrasta con otros contemporáneos.

Anton Paulovich Chéjov nació en la localidad de Taganrog (Rusia) el 29 de enero del año 1860. Era hijo de Pavel y Yevgeniya Chejov, cabezas de una familia de comerciantes de extracción humilde, pues sus abuelos paternos habían sido esclavos. Tenía cinco hermanos. Desde el año 1879, Chéjov estudió Medicina en la Universidad de Moscú, época en la que comenzó a colaborar escribiendo en diversas revistas. También redactó en este período sus primeros relatos que aparecieron publicados en principio por Nicolas Leikin en su diario “Oskolki”, periódico publicado en la ciudad de San Petersburgo. A causa de la tuberculosis, que padeció casi toda su existencia, Chéjov tuvo que dejar de ejercer la medicina en el año 1892, volcándose en la producción literaria. Destacó en el teatro de estilo realista colaborando con el famoso director escénico Konstantin Stanislavsky, y en la creación del relato corto, siendo uno de los pioneros del género. En su relativamente corta existencia, escribió cerca de seiscientos cuentos. En el mundo del teatro encontró a su compañera sentimental, la actriz Olga Knipper, con la que se casó en el año 1901. No tuvieron hijos. Chéjov falleció el 15 de julio de 1904 en el balneario de Badenweiler (Alemania) a causa de la tuberculosis. Tenía 44 años. Está enterrado en el Cementerio Novodévichi, de Moscú. De forma anecdótica, en el momento del traslado de su féretro, mucha gente siguió equivocadamente el ataúd de un militar, el general Keller, que había llegado al mismo tiempo que el de Anton Chéjov a la estación de Moscú.

"En el patio del hospital hay un pequeño pabellón rodeado de un verdadero bosque de cardos, ortigas y cáñamo silvestre. Su techumbre está oxidada, la chimenea medio caída, los escalones de la entrada se hallan podridos y cubiertos de hierba, y del yeso del enlucido no quedan más que las huellas. Su fachada da al hospital, y por la parte trasera empieza el campo, del que lo separa una valla gris coronada de clavos. Estos clavos, con las puntas hacia arriba, la valla y el propio pabellón tienen ese aspecto particular, triste y repulsivo, que en nuestro país sólo se encuentra en los hospitales y las cárceles".
- La sala número 6
En 1893 el joven Vladímir Ilich Uliánov, que años más tarde sería mundialmente conocido con el pseudónimo de Lenin, se encontraba en una pequeña finca que el novio de su hermana mayor Ana, abogado de profesión, había comprado, a instancias de la madre de ambos, María Aleksandróvna Blank, en Samara, al suroeste de Rusia y próxima a Simbirsk, la ciudad de los Uliánov. Una noche del último invierno que pasó allí, leyó La sala número 6, publicada en 1892. Según cuenta Edmund Wilson en su ensayo Hacia la estación de Finlandia, al terminar la lectura fue presa de un horror tal que no pudo permanecer en la habitación. Salió en busca de alguien con quien hablar. Pero era tan tarde que todo el mundo se había acostado. Al día siguiente le comentó a su hermana que había experimentado la completa sensación “de estar yo mismo encerrado en la sala número 6”.

La sala número 6 forma parte de una colección de relatos, recogidos en el volumen Narraciones, que es uno de los 100 mejores libros de la historia y que representará (en esta ocasión) a los otros ocho libros escritos en ruso. Sin embargo, en esta antología se combinan los relatos de tipo humorístico de la primera época (El Camaleón, La Boticaria, Una corista, Cirugía…) con otros más dramáticos o tristes (como La sala número seis, Un asesinato, Ladrones…). Los primeros son absolutamente geniales. Se tratan de pequeños retratos de funcionarios, médicos, policías… de pequeñas localidades en los cuales Chéjov muestra una especial capacidad para caricaturizar, ironizar, burlarse de estos personajillos, de sus contradicciones, pequeñas cobardías, servilismo… Son historias muy cortas, de rápida asimilación, que van directas al grano y muy divertidas. Esto no quiere decir que sean menos profundas que las otras. El mayor merito de estos cuentos breves reside precisamente en la enorme crítica social que se esconde bajo esa capa de humor. En los relatos más dramáticos, aparece un Chéjov distinto, aparentemente más pesimista y en algunos casos muy triste. En algunos casos, nos presenta a unos personajes que optan por aislarse de la sociedad (La sala número seis) o que de pronto se dan cuenta de la inutilidad de lo que ha sido su vida hasta ese momento (Ladrones) o que les sucede cómo el protagonista de Vecinos que marcha dispuesto a hacer volver a su hermana a casa pero cuando llega a la casa del amante de ésta, es incapaz de tomar una determinación drástica. Estos tres tipos de personas serán una constante en la obra literaria de Chéjov. Por lo tanto estos tres cuentos son muy representativos de las obsesiones del autor. La moraleja en cada caso es clara: el hombre que se aísla del mundo, lo único que consigue es favorecer su autodestrucción y el que se dedica sólo a trabajar y se olvida de vivir, terminará amargado y desilusionado. Lo que intenta Chéjov es que sus lectores se vean reflejados en sus personajes, reflexionen y cambien y para que esto ocurra las personas deben ser perseverantes y no abandonar sus deseos y aspiraciones cuando llegan las dificultades. El aislamiento tampoco es bueno y el autor parece aconsejar que no tengamos miedo de la realidad ni de enfrentarnos a ella, ya que a la larga saldremos ganando.

Si Chéjov hubiera sido músico, sus composiciones no serían estridentes ni disonantes; sus pasajes instrumentales podrían sonar algo monótonos, pero sus finas y perfectas melodías nos conmoverían profundamente y las guardaríamos en la mente por mucho tiempo.
Comments