El fatalismo de Jacques o como deshacerse de una bata vieja
"Si está escrito en lo alto que serás cornudo, Jacques, por mucho que hagas lo serás;
si está escrito, al revés, que no lo serás,
por mucho que ellos hagan [su amo y el dueño del castillo],
no lo serás; duerme pues amigo mío... y se durmió".
Dícese del fatalismo que es la doctrina o manera de pensar que considera que los acontecimientos no se pueden evitar, por estar sujetos a una fuerza superior que rige el mundo, y que es imposible cambiar el destino. El fatalismo conoció un nuevo auge durante la Ilustración gracias a los filósofos materialistas inspirados en el determinismo espinozista -ay Baruj, Baruj!- cuyos máximos representantes son Pablo Tellería, La Mettrie, d'Holbach y Diderot. Después de esta introducción, ya puedo cerrar la reseña ¿no? Ni el mismísimo Ramón Fernández Lomana, mi querido profesor, le hubiese puesto reparos, creo. Pero, no es menos cierto esta información se consigue en cualquier manual. Además, debo confesar mi sorpresa producto de mi profunda ignorancia: estaba convencido de que Denis Diderot era "solo" un filófofo que, junto a D'Alambert, había dirigido Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (vulgo, la Enciclopedia). No era poco, pero descubrí dos cosas: que la filosofía no era incompatible con el sentido de humor y que, en la misma línea, fue capaz de escribir uno de los cien mejores libros de la historia según el Club del Libro Noruego. En 1769, Diderot publicó un ensayo titulado "El arrepentimiento de deshacerme de mi bata vieja" (el título es maravilloso). En el mismo, el filósofo describe cómo describe el proceso de adquisición de una nueva bata, roja y lujosa. Pero en lugar de sentirse contento al respecto, tal compra le hizo sentir miserable. El autor supuso que la razón de esa tristeza, de aquella angustia, se debía a que la belleza y lujo de esa bata contrastaba demasiado con el resto de sus posesiones, que eran mucho más austeras. "Ahora todo está en discordia", escribió. "El efecto del conjunto se perdió. Ya no hay unidad ni belleza". El último libro que escribió fue una novela, Jacques el fatalista, una joya auténtica (la reconociesen o no los noruegos como tal).
Diderot nació en Langres, en la región de Champaña-Ardenas, en el norte de Francia, en 1713. A los diez años ingresó en el colegio de los Jesuitas de su localidad natal -¡ay los Jesuitas!- y en 1726 recibió la tonsura por imposición de su familia con el propósito -luego frustrado- de que sucediera como canónigo a un tío materno. En 1728 marchó a París licenciándose en artes en 1732 en su Universidad, e inició entonces una década de vida bohemia en la que se pierde el hilo de sus actividades. En 1741 conoció a la costurera Antoinette Champion, que no tardó en convertirse en su amante y con la cual se casaría dos años más tarde contra la voluntad de su padre, quien trató de recluirlo en un convento para abortar sus planes. Fue un matrimonio desdichado, marcado por la muerte de los tres primeros hijos en la infancia (sólo sobrevivió la cuarta hija, más tarde autora de la biografía de su padre). En 1745 inició una relación amorosa con Madame de Puisieux, la primera de una serie de amantes que terminaría con Sophie -que, en realidad, se llamaba Louise-Henriette- Volland, de la que se enamoró en 1755 y con quien mantuvo un intercambio epistolar que constituye la parte más notable de su correspondencia.
En 1746, publicó sus Pensamientos filosóficos. Ese mismo año, entró en contacto con el editor Le Breton, quien le encargó la dirección, compartida con D’Alembert, de la Enciclopedia, a la que dedicó más de veinte años de su vida. En 1749, la aparición de su Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden verle valió ser encarcelado durante un mes en Vincennes por «libertinaje intelectual», a causa del tono escéptico del texto y sus tesis agnósticas. En 1750 apareció el prospecto divulgador destinado a captar suscriptores para la Enciclopedia, redactado por Diderot; pero en enero de 1752 el Consejo Real prohibió que continuara la publicación de la obra, cuando ya habían aparecido los dos primeros volúmenes, aunque la intercesión de Madame de Pompadour facilitó la revocación tácita del decreto. En 1759 el Parlamento de París, sumándose a la condena de la Santa Sede, ordenó una nueva suspensión. D’Alembert, intimidado, abandonó la empresa, pero el apoyo de Malesherbes permitió que la impresión prosiguiera oficiosamente. Diderot siguió hasta 1765, iniciando entonces una intensa actividad literaria.
"¿Quién dice que el humor y la hondura y seriedad propias del filósofo sean inconciliables?", se pregunta Juan Goytisolo, refiriéndose a Jacques el fatalista. "El ejemplo de Diderot es la prueba rotunda de su armoniosa y perfecta compatibilidad". Sigamos con Goytisolo: "¿Cuál es el argumento de Jacques el Fatalista? se pregunta el lector perezoso, ávido de aventuras. En efecto, no lo ve por ningún lado y la serie de digresiones, incidentes o azares que interrumpen el suspirado tema novelesco le llenan de perplejidad, si no de irritación. ¡Acción, más acción!, le increpa también el crítico sin que ni uno ni otro se percaten de que el propósito del autor sea la parodia de la verosimilitud de la novela histórica en su pretensión de reproducir lo real. Ante cada secuencia amorosa en germen, la esperanza del lector se ve despiadadamente defraudada. El episodio de la rodilla herida de Jacques al caer de su montura y la intervención solícita de la bella mujer del cirujano, presagio de sus futuros amores, se trunca una y otra vez con un humor corrosivo que arrambla con los distintos códigos narrativos a los que se halla habituado el lector".
"¿Cómo se habían encontrado? Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo se llamaban? ¡Qué os importa eso! ¿De dónde venían? Del lugar más cercano. ¿A dónde iban? ¡Acaso sabe nadie a donde va! ¿Qué decían? El amo no decía nada; y Jacques decía que su capitán decía que todo cuanto de bueno y de malo nos acontece aquí abajo, escrito estaba más arriba, en el cielo".
Así comienza Jacques el fatalista y su amo (en el título original suma et son maitre), la que José Saramago considera "la primera novela absolutamente moderna". Milan Kundera es asimismo rotundo: "Se puede prescindir del Diderot dramaturgo; se puede, en rigor, comprender la historia de la filosofía sin conocer los ensayos del gran enciclopedista; pero la historia de la novela permanecería incomprendida e incompleta sin Jacques el fatalista". Kundera considera esta obra -junto a Trstram Shandy, de Laurence Sterne- como "las dos más importantes obras novelescas del siglo XVIII, dos novelas concebidas como un juego grandioso, Son las dos cimas de la levedad nunca alcanzadas ni antes ni después". En otro lugar, Kundera resalta que, "en Diderot, cinco narradores, interrumpiéndose el uno al otro, cuentan las historias de la novela: el propio autor (dialogando con el lector); el amo (dialogando con Jacques); Jacques (dialogando con su amo); la posadera (dialogando con su auditorio); y el marqués de Arcis. El procedimiento dominante de todas las historias particulares es el diálogo (su virtuosismo no tiene igual). Pero los narradores cuentan estos diálogos dialogando (los diálogos están engastados en un diálogo), de modo que el conjunto de la novela no es sino una inmensa conversación en voz alta.”
Ilustración de Antoine Maillard
Adam Gopnik se refirió a Diderot -en un memorable artículo en The New Yorker- como un mensch (humana) y recalcaba: un French mench (un humano francés). El fatalismo burlón e irreverente de Diderot, padre del materialismo filosófico de la Enciclopedia, se condensa en el monólogo interior del protagonista en las últimas líneas de la novela (páginas 244 y 245 del ejemplar que atesoro. : "Si está escrito en lo alto que serás cornudo, Jacques, por mucho que hagas lo serás; si está escrito, al revés, que no lo serás, por mucho que ellos hagan [su amo y el dueño del castillo], no lo serás; duerme pues amigo mío... Y Jacques se dormía"... envuelto en su bata vieja.
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