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En la balsa de Huck



«Dijimos que no había hogar como una balsa, después de todo.

Otros sitios parecen estrechos y asfixiantes; pero una balsa, no.»


El primer lugar que conocí (con cierta intensidad) de Estados Unidos fue Richmond, capital de Virginia y del Sur. Viví con una familia típicamente sureña, los Noel, gente hospitalaria y generosa. La ciudad, en 1972 mantenía aún cierta "pureza" urbanística, con magníficas casas, parques,... He estado, posteriormente, en Birmingham, Alabama, que me impresionó de otra manera. Había sido cruento escenario de la lucha por los derechos civiles. Siguiendo hacia el sur, llegué por fin a la ciudad de Nueva Orleans, a orillas de Mississippi. Hay ríos especialmente literarios como el Danubio, el Támesis, el Sena,... y, por supuesto, el Mississipi. Para este último, piénsese en escritores como Tennesse Williams, Anne Rice, William Faulkner, John Kennedy Toole y, por supuesto, Mark Twain. Este último, en Las aventuras de Huckleberry Finn, con su irónico sentido del humor -está considerado como el más grande de los humoristas norteamericanos- y su prosa ágil y precisa, nos lleva por ese Mississippi de la mano del inolvidable Huck y su fiel amigo Jim, quien huye de la esclavitud. Esta obra no solo constituye la culminación de la narrativa de Mark Twain, sino también el clásico por excelencia de la literatura estadounidense... Y uno de los cien mejores libros de la historia según el Club del Libro Noruego. Novela sobre el racismo, la violencia, la amistad y la libertad en unos años turbulentos.



Aquellas incursiones por el sur de Estados Unidos tenían todavía el aire de aventura y misterio, exterminado sin piedad por el turismo planetario del todo incluido. Viajé por el sur en tren (poco, porque es muy caro), en aviones que hacen vuelos cortos y, sobre todo, en autobús, casi siempre con Greyhound, horas y horas, con paradas en bares de carretera, como en las películas. Mis primeros recuerdos de ese sur y del Missisipi tienen que ver con películas: El caballero del Mississippi, Los Bucaneros, Misión de Audaces, Tom Sawyer,... Luego, vinieron las canciones: The night they drove old dixie down, Oh Freedom, The house of the rising sun, Me and Bobby McGee, When the saints go marching in, ... Sin olvidar aquel Ol' man river que cantaba con su poderosa voz Paul Robeson. Luego, claro, llegaron los viajes... Nueva Orleans y un crucero por el Mississippi en Natchez, un viejo vapor restaurado. Se cerraba el círculo y podía entender mejor lecturas, las películas, las canciones y, por supuesto, a Huck.



Mark Twain (Samuel Langhorne Clemens; Florida, EE UU, 1835 - Redding, id., 1910) fue, sobre todo, un viajero incansable, encontró en su propia vida la inspiración para sus obras literarias. Creció en Hannibal, pequeño pueblo ribereño del Mississippi. A los doce años quedó huérfano de padre, abandonó los estudios y entró como aprendiz de tipógrafo, a la vez que comenzó a escribir sus primeros artículos en periodicos de Filadelfia y Saint Louis. Con dieciocho años decidió abandonar su hogar e iniciar sus viajes en busca de aventuras y, sobre todo, de fortuna. Se dirigió a Nueva Orleans; de camino se enroló como aprendiz de piloto de un vapor fluvial, profesión que le entusiasmaba y que desempeñó durante un tiempo, hasta que la guerra de Secesión de 1861 interrumpió el tráfico fluvial, poniendo fin a su carrera de piloto. Posteriormente se dirigió hacia el oeste, a las montañas de Nevada, donde trabajó en los primitivos campos de mineros. Su deseo de hacer fortuna lo llevó a buscar oro, sin mucho éxito, por lo que se vio obligado a trabajar como periodista, escribiendo artículos que enseguida cobraron un estilo personal. Su primer éxito literario le llegó en 1865, con el cuento corto La famosa rana saltarina de Calaveras, que apareció en un periódico firmado ya con el seudónimo de Mark Twain, nombre técnico de los pilotos que significa «marca dos sondas». Como periodista, viajó a San Francisco, donde conoció al escritor Bret Harte, quien le animó a proseguir su carrera literaria. Empezó entonces una etapa de continuos viajes, como periodista y conferenciante, que le llevaron a Polinesia y Europa, y cuyas experiencias relató en el libro de viajes Los inocentes en el extranjero (1869), al que siguió A la brega (1872), en el que recrea sus aventuras por el Oeste. Tras contraer matrimonio en 1870 con Olivia Langdon, se estableció en Connecticut. Seis años más tarde publicó la primera novela que le daría fama, Las aventuras de Tom Sawyer, basada en su infancia a orillas del Mississippi. Antes había escrito una novela en colaboración con C. D. Warner, La edad dorada (1873), considerada bastante mediocre.


Su talento literario se desplegó plenamente con Las aventuras de Huckleberry Finn (1882), obra ambientada también a orillas del Mississipi, aunque no tan autobiográfica como Tom Sawyer, y que es sin duda su obra maestra, e incluso una de las más destacadas de la literatura estadounidense. Cabe destacar también Vida en el Mississippi (1883), obra que, más que una novela, es una espléndida evocación del Sur, no exenta de crítica, a raíz de su trabajo como piloto. «Me llamo Huckeberry Finn. Abreviad, si queréis, y llamadme Finn, o simplemente Huck. Tu no me puedes conocer si no las leído un libro que se titula Las Aventuras de Tom Sawyer; pero eso no importa: a mi se me conoce fácilmente, y soy de los que forman amistades indestructibles. No me olvidaréis, os lo aseguro. Y querréis conscientemente noticias mías». Estos son los primeros renglones que dan inicio a Las aventuras de Huckleberry Finn, un niño pobre, huérfano de madre, analfabeto, acostumbrado a vivir solo e hijo de un padre borracho y golpeador. Se trata de la historia de un niño que está haciendo la transición hacia la adolescencia. Es un chico malcriado, con falto de modales y de muy malas costumbres en su persona y en la forma en la que se expresa.



Las primeras lecturas de obras de Mark Twain de las que tengo memoria fueron Las Aventuras de Tom Sawyer, Un yanky en la Corte del Rey Arturo, El Príncipe y el Mendigo, y, claro, Las aventuras de Huck (Huckleberry Flinn). Seguramente, las leí en la ediciones de la Colección Historias de Bruguera. Clásicos de la adolescencia que no había leído de adulto. Y esto se demostró un error. Los libros (y sus historias) no pueden estar al albur de las modas literarias, ni asignadas a determinada edad. Por si esto fuera poco, el texto original fue censurado en diferentes momentos en Francia, Inglaterra y, en diferido, en España: las primeras ediciones habían sido traducidas de las versiones francesas mutiladas. Más de medio siglo después, he disfrutado de la la edición de Losada con traducción de Carlos Pereyra de 1923. Pereyra también tradujo El Diario de Eva, Narraciones humorísticas, ¿Ha muerto Shakespeare? Y, si, escribe como un periodista que cuenta, en este caso, historias divertidas, sin agobiar al lector con toneladas de datos. Sujeto, verbo y predicado. En muchas cosas, se parece a Chejov - ribereño del Don- o a Camus -a orillas del Mediterráneo-.




"¡Ah!, me parece, que voy a tener que escaparme también de esta casa,

porque la tía Sally está dispuesta a adoptarme y a civilizarme...¡y eso sí que no!"






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