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Juana Inés de la Cruz, un claro en la selva


A mi sobrina mexicana María Antón Ordorika.



Conocí a Sor Juana Inés de la Cruz gracias a Cecilia G. de Guilarte (otra mujer a reivindicar) y su precioso Claro en la selva (traducción del apellido vasco de la poeta, Asbaje). Luego, por supuesto, he leído a Octavio Paz (Sor Juana Inés o las trampas de la fe) y el maravilloso ensayo de Dario Pucini (Una mujer en soledad. Sor Juana Inés de la Cruz, una excepción en la cultura y la literatura barroca). Todo lo anterior regado de sus sonetos, redondillas, romances,... que es lo principal. Pero, hay más cosas. Juana fue una mujer culta, feminista, defensora de indios y negros que, además, desde su adolescencia, hizo su propia opción sexual. Resulta sorprendente como algunos de sus biógrafos han adornado tal opción (Octavio Paz habla de intersexualidad). Y es que Sor Juana era lesbiana. Pero, sobre todo, Juana es un personaje fascinante, tanto desde el punto de vista histórico como literario.


Juana niña



Quizá por eso nací

donde los rayos solares

me mirasen de hito en hito

no bizcos como a otras partes...


Nació Juana de Asbaje el 12 de noviembre de 1651, en una habitación de la alquería que llamaban La Celda, en San Miguel de Nepantla. Su padre era el capitán Pedro Manuel de Asbaje, marino nacido en Bergara, Gipuzkoa, e Isabel Ramirez de Cantillana, una criolla de origen andaluz. Como resalta Puccini, "la figura principal de la familia y la que más influyó en su formación fue, al parecer, el abuelo materno, llegado a la Nueva España a comienzos de siglo: hombre de cierta cultura y poeta, en cuya biblioteca Juana bebió copiosamente, como ella mismo declara. Quizá al período transcurrido en San Miguel de Nepantla se remontan también sus primeros contactos con la lengua vasca y con el mundo sojuzgado de indios y negros". Aprendió a leer a los tres años. A los siete, sabía leer y escribir y, pronto, se defendería con el latín. Tuvo la osadía de consagrar su vida al estudio y la escritura y no a su marido y a su progenie. Para ello se hizo monja, primero carmelita y luego jerónima, no tanto por vocación divina como por necesidad de encontrar un espacio para sí misma y para dedicarse al conocimiento. Convirtió su celda en una gran biblioteca y en un punto de encuentro cultural. Fue una poeta intelectual, según Octavio Paz. Gracias a su determinación, la literatura tardía del Barroco, el Siglo de Oro de las letras en español, ganó una de sus escritoras más insignes y la lucha por la igualdad de las mujeres, a uno de sus referentes protofeministas.




Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual solicitáis su desdén ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?


Las autoridades son más rigurosas con esta mujer, que se ha hecho monja para poder pensar, que con sus contemporáneos varones: Góngora, Lope, por ejemplo, son malos sacerdotes, desordenados y lujuriosos, y son perdonados. Sor Juana no es una monja desordenada: es una monja díscola, y con ella son implacables”, escribió Octavio Paz. Aparte de la vida tan inusual, del carácter indisciplinado, del desafío a lo supuestamente correcto, de la astucia para eludir lo que de ella se esperaba y del modo tan heterodoxo en que enfocó su aversión al sometimiento, la obra de sor Juana Inés de la Cruz es un referente de la poesía del Barroco y un anticipo del pensamiento ilustrado del siglo siguiente. Escribió mucho y variado. Plasmó en sus textos todo el conocimiento que fue capaz de absorber (y fue mucho), su manera de cuestionar el mundo, el amor, la figura femenina y la culpa, esa maldita que le persiguió hasta el último de sus días, pese a mantener una guerra perenne e implacable contra ella. Además de poesía y prosa valiente, escribió dos obras de teatro, Los empeños de una casa‘ y Amor es más laberinto. Son comedias de enredos, inteligentes y satíricas, plagadas de connotaciones mitológicas e históricas.


Juana adolescente


Sor Juana mostró siempre interés por las culturas indígenas. Empleó en náhuatl, la lengua más difundida, en alguna de sus villancicos ("... dicen con voces suaves: Tla ya timohuica,/totlazo Zuapilli,/maca ammo, Tonantzin;/titechmolicahuiliz": Si por una azar te vas/amada Nuestra Señora,/o más aún madre nuestra, /no te olvides de nosotros). En El divino Narciso, sitúa en el mismo plano la eucaristía cristiana y la ceremonia azteca del "gran dios de las semillas", una especie de estatua de maíz amasada con sangre que los creyentes comían al final del rito. Reclamó en más de una ocasión su origen vasco ("siendo como soy rama de Vizcaya"). En 1665, compuso otro villancico, en los que alterna el euskera y el castellano:

Pues que todos han cantado,

Yo de campaña me cierro;

Que es decir, que de Vizcaya

me revisto, dicho y hecho.

Nadie en vascuence murmure

Que juras a Dios Eterno,

Que aquesta es la misma lengua

Cortada de mis abuelos.

Señora Andre Maria,

Por qué a los Cielos te vas?

Y en tu casa Arançazu

No quieres estar?.

Galdu naiz, ay que se va,

Nere vici guzico galdu naiz.

Juras a Dios Virgen pura,

De aquí no te has de apartar

Que convenga, no convenga,

Has de quedar

Galdu naiz, ay que se va,

Nere vici guzico galdu naiz.

Aquí en Vizcaya te quedas,

No te vas nere biotza

Y si te vas vamos todos,

Vagoaz.

Galdu naiz, ay que se va,

Nere vici guzico galdu naiz.

Guasen galanta contigo,

Guasen nere lastaná,

Que al cielo toda Vizcaya

Has de entrar

Galdu naiz, ay que se va,

Nere vici guzico galdu naiz



Su biblioteca llegó a tener la nada desdeñable cifra de trescientos libros, una cifra incalculable, si entendemos que la imprenta acababa de aterrizar en estos pagos humanos. La filosofía, la mística, música e historia, la criptografía, la cocina y otros vértices del pensamiento, convivían alegremente entre las cuatro paredes del silencio en el que habitaban cuerpo y mente de esta adelantada. Compuso obras musicales, opúsculos filosóficos y una extensa obra que abarcó diferentes géneros; poesía y teatro convivían venerando la herencia de Luis de Góngora y Calderón de la Barca. Sus tertulias improvisadas eran de una erudición talentosa y magnética. Desde el virrey hasta las mentes más inquietas, nadie escapaba de su lucido verbo e hipnótico discurso. El Barroco literario -como ha quedado dicho- alcanzó con ella su momento culminante e introdujo elementos narrativos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del XVIII

Juana plantó cara, abrió camino, se enfrentó a las empobrecidas mentes masculinas de la época, al clero retrógrado reencarnado una y mil veces como una hidra, a una religión estrecha, patriarcal y rancia, la que quemaba por mera venganza y estreñimiento mental a mujeres como Hipatia o las brujas de Zugarramurdi, o a cualquier forma de pensamiento que tuviera más ventilación que la permitida por el pensamiento único. Como resalta Álvaro van den Brule "Juana Inés de la Cruz se enfrentó a las vacas sagradas que habitaban las fosas sépticas del pensamiento humano, encarnadas en esclerotizados personajes habituados a medrar en las cómodas costumbres de los que nunca se enfrentan a la injusticia de sus personajes automáticos y que dan por hecho que nada necesita ser revisado, pues nada hay menos critico que la comodidad. (...) Habida cuenta de que su vocación religiosa era menos que cero patatero, Juana Inés de la Cruz eligió el convento para no pasar por las Horcas Caudinas del matrimonio y así poder seguir gozando de sus aficiones intelectuales. Su celda era el punto de convergencia de poetas, intelectuales y curiosos, que en un desfile sin fin prestigiaron la increíble figura de esta mujer. Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente del poeta cordobés Luis de Góngora y del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, cuya esposa, Luisa Manrique de Lara, de la que fue dama de honor y con quien le unió una fraternal amistad, nutrían las filas de sus incondicionales".

El Barroco literario alcanzó con Sor Juana su momento culminante, al tiempo que introdujo elementos narrativos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII. Su obra póstuma, El Fénix de México (1700), anticipa la visión y lucidez de un pensamiento desbordante y atrevido, osado y valiente, no apto para un tiempo de ciegos y sordos. Aunque gran parte de su obra fue quemada y destruida de maneras poco ingeniosas, su osadía se perpetuó en el tiempo para demostrar a la historia que la justicia poética existe. Se conservan escritos en prosa entre los que cabe señalar la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Por cierto, la tal Sor Filotea no era otro que el obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz. En el México de hoy, por suerte, sigue habiendo mujeres jóvenes con la fuerza, el ingenio y la osadía de Juana.


Sor Juana murió el 17 de abril de 1695 atendiendo a sus hermanas de convento víctimas de una epidemia de peste. La gran Gabriela Mistral resume así la vida y la muerte de la monja: "Milagrosa la niña que jugaba en las huertas de Nepantla; casi fabulosa la joven aguda de la corte virreinal; admirable monja docta; pero grande por sobre todas, la monta que liberada de la vanidad intelectual, olvida fama y letrillas, y sobre la cara de los pestosos, recoge el soplo de la muerte. Y muere, vuelta a su Cristo como a la suma Belleza y a la apaciguadora Verdad".

Referencias


Cecilia G. de Guilarte, Sor Juana Inés de la Cruz. Claro en la serva, Buenos Aires (1958). Ekin

Octavio Paz, Sor Juana Inés o las trampas de la fe, México (1982): Fondo de Cultura Económica.

Dario Pucini, Una mujer en soledad. Sor Juana Inés de la Cruz, una excepción en la cultura y la literatura barroca, Madrid (1996) Anaya & Muchnik.


Sor Juana Inés de la Cruz


- Obras Escogidas.

- Sonetos y villancicos.

- Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. El arte de los objetivos M. Descubre la Leica MLeica



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