Leopardi, el romántico antirromántico
En mitad de un siglo convulso, el gran pensador y versificador italiano del XIX, el Poeta con mayúsculas, forjó en sus Cantos (1831) uno de los conjuntos poéticos más bellos en esa lengua mediterránea. A Leopardi uno de los exponentes del movimiento romántico en Italia con Ugo Mascolo y Alessandro Manzoni . Leopardi, uno de los más brillantes poetas del romanticismo europeo. Dueño de una basta formación humanística, alejado de las grandes centros culturales de su tiempo, y con un carácter débil, pesimista y oscuro, mantuvo una curiosa simbiosis entre sus formas puramente clásicas y su temática y fondo netamente romántico. De hecho, Leopardi nunca se consideró a sí mismo un romántico, e incluso atacó a sus contemporáneos por adoptar un estilo para él «monstruoso». Señala su traductor, Diego Navarro: "La existencia de Giacomo Leopardi es ínfima en todos sus aspectos. Hablar pues, de él como materia de biografía es tanto como no hablar de nadie. Su biografía física, anecdótica, está exenta de acontecimientos. Sin embargo, es un ser de excepción. Su vida fue breve, y él deshilachado y deforme. Pero ya que su obra dio el salto definitivo de la historia y se proyectó con fuerza y perfil tan limpios como la de cualquier poeta italiano de Cinquecento, algo debió de haber en ella -y en él- para que así ocurriese". Los Cantos de Leopardi es uno de los 100 mejores libros de la historia, según El Club del Libro Noruego.
Giacomo Leopardi nació en Recanati, Italia, en 1798 . Educado en el ambiente austero de una familia aristocrática provinciana y conservadora, manifestó precozmente una gran aptitud para las letras. Estudió en profundidad a los clásicos griegos y latinos, a los moralistas franceses del siglo XVII y a los filósofos de la Ilustración. A pesar de su formación autodidacta, impresionó muy pronto a los hombres de letras y los filólogos de su tiempo con su erudición y sus impecables traducciones del griego, especialmente de la Ilíada de Homero y la Eneida de Virgilio. Su frágil salud se resintió gravemente a causa de esa dedicación exclusiva al estudio. La lectura de los clásicos despertó su pasión por la poesía y formó su gusto. En Discurso de un italiano sobre la poesía romántica (Discorso di un Italiano intorno alla poesia romantica) tomó partido por los clásicos en la disputa que planteaba el romanticismo, argumentando que la poesía clásica establece una intimidad profunda entre el hombre y la naturaleza con una simplicidad y una nobleza de espíritu inalcanzables para la poesía romántica, prisionera de la vulgaridad y del intelectualismo modernos. El tema del declive político y moral de la civilización occidental y, en particular, de Italia, es central en sus primeros poemas, que pasaron a formar parte de los Cantos (Canti, 1831), obra que pone de relieve el divorcio del hombre moderno y la naturaleza, considerada como única fuente posible de amor. A partir de 1825 residió en Milán, Bolonia, Florencia y Pisa y se acercó a los medios políticos liberales. Por esos años entabló amistad con Niccolò Tommaseo, Giovanni Battista Niccolini, Alessandro Manzoni y otros literatos contemporáneos. Tras la revolución de 1831 fue elegido diputado de las Marcas en la Asamblea Constituyente de Bolonia, pero, tras perder su confianza en el movimiento liberal, renunció a su escaño; su crítica a los liberales la expresó en la obra Paralipómenos de la Batracomiomaquia (Paralipomeni della Batracomiomachia, 1834). Entre 1833 y 1837 residió en Nápoles, en casa de su amigo Antonio Rainieri.
Si Giacomo Leopardi tiende hoy a ser visto como un contemporáneo más que como un clásico o un romántico se debe sin duda a la lucidez con que supo captar en su propio tiempo las corrientes subterráneas que dominan el nuestro. Situado al borde de dos mundos, con ninguno de los cuales llegó a identificarse, Leopardi supo evidenciar las contradicciones que lo laceraban adoptando una visión doble de las cosas: antigua y moderna, nostálgica e iconoclasta, pesimista y vital, siempre dramáticamente empeñada en la búsqueda de soluciones teórico-prácticas (para sí y para los demás), antes que complacientemente abandonada al escepticismo. Entre los aciertos que habitan en los Cantos destaca este idilio (composición pastoril descendiente de Teócrito y Virgilio) titulado El Infinito.
EL INFINITO -IDILIO I-
Siempre amé este yermo monte, y este promontorio, que me oculta la visión del último horizonte. Mas sentado, contemplando los interminables espacios lejanos, los silencios sobrehumanos y su profundísima quietud, se extravía el pensamiento, hasta casi liberar mi corazón del miedo. E igual que el viento susurra entre estas plantas, en el infinito silencio mido mi voz: y me subyuga lo eterno, y las estaciones muertas, y la presente y viva, con toda su sonoridad. Así a través de esta inmensidad se ahoga el pensamiento: y naufragar en este mar me es dulce.
LEOPARDI, G, Canto XII
A quien le guste la poesía, le tiene que gustar Leopardi a la fuerza. Digo yo. Quizá diga mal. No se puede forzar a nadie a que le guste la poesía. Ni siquiera que le guste Leopardi como Pasatiempo.
Cuando muchacho vine
a entrar en disciplina con las Musas.
Una de ellas cogióme de la mano
y durante aquel día
en torno me condujo
para ver su oficina.
LEOPARDI, G, Canto XXXVI
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