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Niñez y adolescencia en la Atenas de Asturias



Laura e Indalecio en el parque de Avilés


En mi familia asturiana, se multiplicaban los afanes literarios. En la vasca, eso sí, abundan los lectores empedernidos. Mi bisabuelo Amalio Machín (nacido en Cangas de Onís, pero criado en Cirieñu, de donde era su padre), que emigró y murió en La Habana, fue poeta y prosista. En Cuba, colaboró en varios periódicos y revistas (Asturias, Crónica de Asturias, Diario de la Marina- del que fue administrador-), firmando a menudo con el seudónimo de Aurelio de Cangas. Pero, fue su yerno, Indalecio Fernández-Balsera, mi abuelo, quien proyectó su sombra sobre mi. Bien a través de los libros de su biblioteca, bien por amigos suyos, y, aunque le arrancaron la vida en agosto de 1936, marcó un camino. De él dijo José Francés que, "así como trastrueca las iniciales patronímicas al pie de sus trabajos literarios -firmaba BIF: "Balsera Indalecio Fernández"-, juega a trastocar en ellos las ideas y los sentimientos, con tan supremo desdén de la opinión ajena, que no sabe a punto fijo cuándo bromea y cuando deja fluir la nostalgia sentimental de su mocerío, deslumbrado aún de promesas, pero que siempre fija su acento estético de artista".


Indalecio, segundo por la izquierda, concejal


Columpio en la noche perfumada de abril.

Mágico columpio en la noche;

Hecho de estrellas y colgado en los pálidos cuernos de la Luna.

Sobre él, juguetona y sonriente, cabellera a los garçone al viento,

rompe el azul en blandos movimientos, pícara y ligera la señorita Primavera.

Los mirones, saborean, saborean…;

entre vaivén y vaivén se llenan de perfume y comentan.

Ella, deja arder el deseo y luego como quien no se ha dado cuenta (muy femenino)

arregla su falda de rosas y adoptando un gesto de niña mimada

arroja brazadas de pétalos.


BIF, Primavera trina y una (1928)


Mi abuelo Indalecio publicaba su escritos, sobre todo, en La Voz de Avilés. También en la revista El Bollo. Utilizaba casi siempre el castellano, pero también el asturiano (bable). En lo que publica en El Bollo, queda clara la apreciación de José Francés: amor y humor. Este, el humor, "brota" cuando le sale la retranca de los viejos pescadores de Sabugo (que es lo que eran sus antepasados).


Sabugo, el barrio bullanguero, que como la S, no tiene pies ni cabeza. Sabugo: Sal y pimienta de la villa de Pedro Menéndez. Sin este barrio tan castizo no se llegarían a comprender ni las penas ni las alegrías. Este barrio mío nevado de escamas, sabe reír entre lágrimas; es único. En él las penas se rebozan entre canciones.

La S, látigo sobre el lomo del viento es como la danza de las de Sabugo cuando enroscan la armonía del ¿quién dirá que no es una? por las calles de la villa.

Sin ellas no habría Pascua; porque el Bollo no tendría sabor y el vino sería inodoro e incoloro. Sin ellas le faltaría sazón a la Primavera que para estar bien condimentada necesita de sus jubi­losos hosannas: ¡que reblinquen! ¡que viva y guapa! ¡son de a tercia!, que inundan las calles y hasta el mismo Sol se para en los cielos para escucharlos.


BIF Caxigalines, 1933


Manolo Diaz y mi madre


A mi madre -que no le dejaron disfrutar de su padre- le encantaba la poesía. De pequeños, nos recitaba cosas de Ruben Dario ("Margarita, te voy a contar un cuento..."), y a nosotros (sus hijos) nos daban accesos de vergüenza ajena. Yo había comenzado a acercarme a la poesía (hasta la pasión actual) con dificultades, y mi madre, cada vez que iba a visitarla, me "dedicaba" un libro de poesía. El último -antes de su traslado a la residencia, en vísperas de su muerte- fueron los "Veinte poemas de amor..." de Neruda: "Siempre me gustaron mucho los versos. Con el mayor cariño. Tu madre", escribió en el libro. Pero, no fue ella quien me arrastró a la poesía sino que, sin él saberlo, fue su primo Manolo (Diaz), a través de Aguaviva y los Poetas Andaluces de ahora a los que, en Avilés, cantó Neocantes con recitados del cura Montoto.



Mi primera librería (de libros) fue La Esperanza, de Avilés, que regentaba la familia Núñez. Mi abuelo, amigo personal del dueño (este último, Víctor, fue testigo de su boda y de la de mis padres), ya compraba allí. Técnicamente, yo no compraba. Me llevaba el libro y anunciaba: "Ya pasará mi madre a pagar". Mi madre solo me hizo devolver dos libros -por sus contenidos "verdes", según ella-: la Biblia y El Buscón, de Quevedo. En Avilés, también frecuentaba la librería de Cástor y, ya al final, la Miguel Hernández de Julio, un gran tipo que murió joven. No puedo olvidar La Atalaya, de Pepe y Gloria, pero, salvo algún libro concreto, allí me dotaba de libretas, pizarras y esas cosas

Por supuesto, complemento indispensable era la biblioteca pública, o casi. Mi primera biblioteca fue la Bances Candamo de Avilés, donde te daban un talonario para controlar el préstamo de libros. Un entonces joven bibliotecario profesional, Antonio Ripoll, estaba llamado a revolucionar la cultura local.

José María Malgor con traje de rayas



"Si una vida no la mantiene un ideal, una quimera,

una ilusión, una meta por lejana que se encuentre...

no valdría la pena de sufrirla".


J.M. Malgor, "Demasiado tarde?"


La foto es de 1954. El marinero de la foto soy yo. El hombre que me estrecha la mano es José María Malgor. La mano que no se ve es la de mi madre embarazada de mi hermana. Están en la escalinata de la iglesia de Sabugo (Santo Tomás de Cantorbery) de Avilés y, evidentemente, hemos asistido a la boda de alguien. Malgor era íntimo amigo de mi abuelo y, entre otras cosas, era escritor en bable (asturiano) y en castellano. Su mayor éxito lo obtuvo en el mundo del teatro, sobre todo, con ‘¿Demasiado tarde?’, comedia estrenada por la compañía Vicente Soler y representada en muchos teatros españoles. En su producción teatral, también destaca ‘Xilimbra’, encarnación del aldeano asturiano chisposo y socarrón. He conseguid un ejemplar de 'Demasiado tarde' con ilustraciones de Fernando Wes (pariente mío). Está editada por el autor y se imprimió en los talleres gráficos de La Voz de Avilés el 8 de septiembre de 1941. La comedia se desarrolla en Madrid y en Donostia (donde Malgor trabajó un tiempo al terminar la carrera). La comedia es entretenida con muchos momentos hilarantes. Está muy bien escrita. Está claro que el autor tenía una buena pluma. Por cierto, Malgor, juez municipal por oposición, nos cambió el segundo apellido a mi hermana -la que está aún tras el abrigo de mi madre- y a mi para que no se perdiese el apellido de mi abuelo, Balsera. Así que somos "Fernández-Balsera", mientras que el resto de los hermanos (y primos) solo son "Fernández" a secas.



Al cumplir los 8 años, comencé a ir a clases particular a la Academia de Lumen en la calle Rivero. En realidad, había dos, regentadas, ambas, por diferentes miembros de la familia. En la mía, nos enseñaban los hermanos María Luisa y Rubén Dario Menéndez, y el esposo de la primera, Nicolás Muñiz. Para ser justos, a la Academia, íbamos a hacer "deberes" y a ampliar conocimientos o a mejorar, por ejemplo, la caligrafía. Al salir del Instituto, llegábamos hasta Rivero por las calleja del Marqués. El aula era la galería del primer piso, la que se ve en la foto sin ropa tendida. Al terminar el día, nos ponían notas en un bloc (utilizaban un tampón) y, al día siguiente, debíamos llevarlas firmadas. Para llegar al aula-galería, atravesábamos un recibidor donde había una mesa estrecha con un busto que ponía "Lumen" y la fotografía de un hombre con gafas de pasta que se parecía a Rubén. Finalizada la clase, con las notas, iba a jugar un rato a casa de Arcadín Ariznavarreta que vivía enfrente y, luego, a clase de solfeo a casa de Manolita Malgor.


Luis Menéndez "Lumen"


"Se bueno. No hagas daño

ni siquiera a la espina que nace en el camino,

porque esa espina puede servirle a un ermitaño

para hacer su sayal con la hila de lino".


- Lumen, "Mirando hacia la cumbre".


"Lumen", el del busto de entrada, era el poeta Luis Menéndez Alonso, padre de María Luisa y Rubén. Lumen, como Malgor, había sido muy amigo de mi abuelo Indalecio. Ambos, por cierto, tuvieron un final trágico. En 1920, el poeta fue nombrado bibliotecario de la Biblioteca de Avilés. La biblioteca tuvo su primera sede en las escuelas de San Francisco (justo donde se encuentra hoy en día), pero, en los días de la dictadura de Primo de Rivera, fue desalojada de las Escuelas. Entonces mi abuelo cedió gratuitamente el bajo de su casa donde su padre había tenido un almacén de material de construcción (y, hoy, tiene mi hermano Miguel el estanco). La Biblioteca Popular Ambulante estuvo en Rui Pérez 12 (hoy, 14) casi 8 años hasta que pasó a la nueva sede de la calle Jovellanos. Mi abuela conservó siempre Mirando hacía la cumbre, el volumen, publicado en 1925 que recoge sus primeros poemas. Uno de ellos, Símbolo, está dedicado a mi abuelo. La obra de Lumen me resultó siempre (ahora, más) inspiradora. En 1979, conseguí que el nuevo ayuntamiento le dedicase una vereda (y otra a Amado Blanco) en el Parque de Ferrera. Cuando voy a Avilés, le dejo siempre que puedo una rosa con muchas espinas al pie de la placa. En 2006, mi querida Maria Luisa Lumen, "con su corazón abierto a la esperanza", me agradeció lo de las placas "en nombre de mi padre". ¿Cómo le agradeceré yo a ella lo que hizo por mi?


Calle de la Muralla


La foto es de la calle Marqués de Teverga (hoy La Muralla). Sigue el cauce del río Tuluergo, hoy soterrado. La parte izquierda corresponde al pueblo de Sabugo. La derecha, a la villa de Avilés. La primera casa de la margen izquierda corresponde al número 1, y es uno de los edificios con más historia teatral (y artística), probablemente de Asturias (como poco). En la planta baja, La Parisien donde muchos compramos (o nos compraron) nuestra primera guitarra. Vendían otros instrumentos como las armónicas Hohner. En el primer piso, puerta con puerta con la Ayudantía de Marina, vivía Eloy Fernández Caravera, uno de los más grandes autores de teatro popular en lengua asturiana. En el segundo piso, vivían José Víctor Carreño y Suárez-Puerta, Pipo, poeta de mérito, dramaturgo, humorista (también era dentista) y su compañero y gran artista Fernando Wes Dintén.

Eloy F. Caravera


"El que pierde una vaca y encuentra un cuernu, no lo pierde todo".

- E.F. Caravera, "Después de vieyos, gaiteros"


A don Eloy Caravera lo veía subir y bajar todos los días durante meses mientras estuve en la Ayudantía de Marina haciendo la mili. Era un hombre sumamente educado (y paciente, diría yo) que nunca dejaba de saludar. Luego, tuve la oportunidad de hacerle una entrevista para La Voz de Asturias y descubrí a una persona amable, cariñosa y culta que conocía -porque los había "paseado"- todos los rincones de Avilés (y casi del concejo). El bueno de don Eloy se sintió en la obligación de agradecérmelo dedicándome (con dedicatoria individual) tres de sus obras. El burru del tíu Bernaldo, El Abeyón y mi favorita, Despues de vieyos, gaiteros. La dedicatoria de esta última decía: "No sé si al amigo Luis San Sebastián, inteligente escritor local (de raza le viene al galgo), le interesará coleccionar comedias de ambiente asturiano, aunque no sean buenas. pero yo, que soy un poco optimista, le dedica esta 'Después de vieyos, gaiteros', y que él decida. El destino que le dé será aceptado por mi". Que sepa don Eloy que su regalo sigue conmigo, que he aumentado mi colección con El chigre de Generosa (regalo dedicado de su nieto "Ramonín"), Mayita y La Forastera. Acaban de aparecer (2020), publicadas por Fronda ediciones teatrales, seis obras: Lo que trixo la mar, Xiana, la texedora, La cerezal de Balba, Romera, El trasgu y El martón de Bardasquera.


En la terraza del Café Colón, de izquierda a derecha: Malgor, Pedro Avilés, Tino, Pipo Carreño, Cástor, (?), (?), Manolo Valdés (el Chato)



"En reto y en combate con la suerte

a cara o cruz, quien todo lo jugara

al futuro mirando cara a cara,

obtuvo del presente cruz de muerte".


J.V. Carreño, Alba de ayer


Muchas veces he tenido la impresión que José Víctor Carreño "Pipo" nació en un lugar y en un tiempo equivocado. Fue un renacentista al que su pueblo dio la espalda. Recuerdo el disgusto de los gemelos Menéndez tras el homenaje fallido en el "Almirante" poco después su fallecimiento en accidente. Pipo Carreño sigue siendo en 2020 una figura a reivindicar. Hombre relacionado con el mundo del arte, del pensamiento y de la farándula. Poeta. Tiene dos libros maravillosos (en el fondo y en la forma), Alba de ayer (1949) y 66 1/2 X 1 (1952). De la selección de los poemas que forman Alba de Ayer se encargó nada menos que el poeta Victoriano Crémer, fundador e impulsor de la revista Espadaña que sirvió de medio de expresión para muchos autores de la corriente llamada poesía desarraigada de posguerra, que tuvo no pocos enfrentamientos con el régimen franquista y canalizó la lucha de toda una generación de poetas que encontraron en ella su medio de expresión. En ella publicaron César Vallejo, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Antonio Pereira, José Hierro, Ángela Figuera Aymerich, Antonio Gamoneda, Gabriel Celaya o Blas de Otero. De la edición, en ambos casos, se encargó su compañero de siempre, mi recordado Fernando Wes. Pipo, además, fue un notable caricaturista y humorista. En 1945 fue finalista del Premio Nacional de Novela "Concha Montalvo" con Aguas Revueltas. Pero, fue sobre todo un hombre de teatro. Se ha dicho que "Vivió atrincherado en el Teatro Palacio Valdés". Publicó entrevistas teatrales en Los jueves literarios de La Voz de Avilés, creó los Premios Bances Candamo. Escribió y estrenó un sinfín de obras: sainetes, comedias, muchas con figurines y decorados de Wes. Fronda ediciones teatrales también ha publicado (2020) La Marejada, sainete marinero (1941), La andarina. Golondrina amiga (1940), Fruto en Sazón, retablo de Aldea (1941). ¡Quién les iba a decir a Pipo y a don Eloy que iban a compartir editorial! ¡Qué maravilla! Pipo Carreño, además, fue un hombre generoso que animó y guio los primeros pasos del grupo Cátaro que estrenó su primera obra precisamente en "su" Teatro Palacio Valdés. De ahí el homenaje.



Cataria, 1972 (representación en la Casa de Cultura)


En 1973, con la representación de Historia del zoo, de Edward Albee, el cine Almirante de Avilés terminaba la historia de una pasión por el teatro, que es lo que fue grupo Cátaro. La historia había comenzado cuatro años antes en la legendaria buhardilla del Club Juvenil Católico, que iba a convertirse en un punto de referencia para esta y otras actividades. Y había pasado tres cursos interno en Oviedo y cuando regresé, comencé a frecuentarlo, y eso que dependía de la parroquia de San Nicolás y yo era feligrés de la de Santo Tomás, cuestión de santos, pero... En el grupo inicial, estaban los hermanos Menéndez (los gemelos Juan y Mario) y sus entonces novias Milagros Azcárate y Lolina García, Manolo Martín y César Sánchez "El Rabino". El elenco se fue ampliando: Paco Sánchez, hermano de César, Pepe Jiménez y Carlos Merediz -que habían hecho teatro en el Instituto-, Alberto González (hombre para todo, de paciencia infinita), Urbano Manzaneda o Bruno Mencía. Muchos otros hicimos (yo fui uno) papeles diversos: cargadores, limpiadores, conseguidores de locales, espectadores, fieles seguidores... Mario (que ejercía de director) me dió un papel con frase. El papel era de remero -remábamos sentados en el suelo y sin remos, claro- y la frase: "Por tontos de capirote vamos a la mierda en bote, vamos a la mierda en bote, vamos a la mierda en bote..." Representaciones en el Palacio Valdés, en la Casa de Cultura, café teatro en Doña Dulcinea. Recuerdo algunos títulos: Historias para ser contadas, Lo importante es que estamos todos reunidos (escrita por Manolo Martín), Cataria, Hadkerchief Story, Espantajos (de Elías Amézaga, con quien, luego, tuve mucha relación).


Mario, Fran, César y Juan


Un buen día, la parte esencial del grupo decidió probar suerte en la Corte y se fueron a Madrid: Juan y Mario, César, Manolo, Carlos Merediz y, con ellos, Fran Vaquero y Luis María Alonso. Paco Sánchez lo pensó, pero, finalmente, se quedó en Avilés. Lograron se incluidos en el elenco de La Muerte de Dantón, una macroproducción del Teatro Español que dirigía González Vergel: Unos, como meritorios. Otros, como figurantes. Luis María fue el único que no trabajó en La Muerte de Dantón. Yo les visité, disfruté de la obra y nos corrimos una juerga memorable. Publiqué un reportaje de una página en La Nueva España gracias a Juan de Lillo. Luego, el paréntesis de la mili. En 1976 viví con Juan, Manolo, su primo Juan, y otro actor, Ángel Quesada en un piso de la calle Mayor. Luego, en las Navidades de aquel año, mientras pasábamos unos días en casa, el accidente de la curva de Cristalería que acabó con la vida de Juan. Otro accidente, como el de Pipo Carreño, a quién Cátaro dedicó, en medio de una indiferencia social, aquella Historia del Zoo. Y yo, tonto de capirote, me fui a la mierda en bote, me fui a la mierda en bote, me fui a la mierda en bote.




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